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Cuentos Literatura Argentina

La avenida más larga del mundo – Mariano Fiszman

El oro del lugar reúne cinco cuentos que Mariano Fiszman talló para esta edición de Cumulus Nimbus. Descripciones precisas y voladas, sensibilidad por lo que nos hace semejantes y cintura para manejar los tiempos del partido en cada cuento. Como núcleo de cada relato, la amistad en un sentido amplio y admiración por lo que de artesanal tienen los oficios. Acá compartimos “La avenida más larga del mundo”.

“No te busques más en el umbral”
Spinetta

1980. Caés al Nacional 19 Luis Pasteur en tercero, echado de otro colegio igual de malo.

Tu apellido también termina en man, Fabián H.

Sos flaco, de altura mediana y piel mate, atlético de una manera que no tiene que ver con el deporte.

Tenés ojos marrones y el pelo castaño. Un jopo mal visto pero no sancionable se te desarregla y lo acomodás con un giro que nace en el cuello largo, con mucha nuez.

¿Segundo nombre Alejandro?

Nuestro uniforme: saco azul oscuro, camisa blanca o celeste, corbata -en invierno es la bisectriz de la V del pulóver azul. Pantalón de franela gris. Ni jeans ni campera. Mocasines marrones o negros.

Nos disfrazan de futuros funcionarios públicos.

Antes que salga el sol suena el disco poceado de Aurora en el patio del colegio. Formamos por división. El preceptor rastrilla la fila buscando cabelleras que no respeten la distancia al cuello de la camisa -dos dedos. Dicen que es cana, que vendió gente a los milicos. Payaseás a sus espaldas.

Tu cara oval, tu nariz ganchuda, la boca ancha, todo se estira y se curva en el mismo sentido.

Tenés brillantes dientes grandes y encías claras. Nada de granos, aparatos ni zapatos ortopédicos, ningún signo adolescente de los que nos afligen.

No estudiás casi nunca. No participás en clase. Te sentás bien erguido y apoyás la mejilla en una mano.

O hacés girar un lápiz así: agarrado como si fueras a escribir, lo sostenés en posición horizontal. El dedo medio lo empuja para adelante y el gordo lo aprieta para abajo. El lápiz da una vuelta completa a la mano girando sobre su eje y aterriza en el mismo lugar.

Y otra vez, sin parar, nunca se cae.

Te permite hacer algo con las manos y no prestarle atención al profesor sin dejar de mirarlo.

A la salida te vas para Beiró y los comercios. Esperás un 80 rojo verde y blanco lleno de punguistas impunes.

Vivís lejos de Devoto, Villa Pueyrredón, Villa del Parque, Urquiza, nuestros barrios.

Tu ciudad se arma alrededor de otro eje, Rivadavia, la avenida más larga del mundo. Liniers, Flores, Villa Luro, Vélez y más allá: Mataderos, Ciudadela, Ramos.

Tenés una guitarra eléctrica.

Querés ser músico pero nunca estudiaste con nadie.

No escuchás música progresiva. Te gustan el funky, la música disco y bolichera -Bee Gees, Rod Stewart, Queen, ELO, Earth Wind & Fire.

No conoces la Pelo ni el Expreso imaginario.

Sos pilchero.

Vas todos los fines de semana a bailar a Ramos: Pinar de Rocha, Juan de los Palotes. Te sabés todos los pasos.

Tu trato con las mujeres es muy superior al de todos nosotros.

Tenés novia, Cecilia. Es un año mayor, gordita, usa polleras hindúes. Van al telo Tú y yo, en la calle Ramón Falcón.

A coger le decís empupar.

A la cola le decís pavo, pavito.

No leés libros, no ves cine no comercial.

No tenés la menor idea de fútbol. No sabés patear una pelota. No sos hincha de ningún club.

En verano vas a Vélez, pero a la pileta. Te gusta broncearte y patinar.

Alrededor del colegio hay chalés con ínfulas inglesas. A media cuadra vive Amadeo Carrizo, a dos se mudó Maradona. Cuando necesitamos zafar de una clase, con Claudito le pedimos a la portera que nos mande a buscar aserrín a una carpintería que está a la vuelta de la casa de Diego y nos sentamos en el murete de ladrillos a esperar que salga. No lo vemos nunca.

Vos directamente faltás, te rateás.

En las vacaciones de verano voy a conocer tu casa. Descubro Liniers. Busco tu dirección bajo los toldos. Me empantano en el asfalto incendiado de Rivadavia al 12000.

Viven en dos semipisos separados o unidos por el palier. Tus viejos en uno, tu hermano y vos en el otro. Gran ventanal da a la estación de tren.

Tus viejos tienen puestos de zapatillería en la feria municipal de Liniers, abajo de la General Paz, y en la de Mataderos. Ensalzan zapatillas berretas, chancletas con tiras en equis de cuerina, pantuflas a cuadros con corderito.

Tu viejo se llama Rubén. Te le parecés un poco. Lentes colgantes, joroba. Socarrón, mucha calle, complicidad masculina.

Tu vieja es petisa y gordita, de pelo corto. Susi por Azucena. Sonrisa comercial obsequiosa pero pocas pulgas.

Adrián, tu hermano, un año menor. Es campeón de lucha. Musculoso, espalda ancha. Proezas sexuales con su novia oriental. La amenaza constante de cagarte a trompadas. Respondés con ironía. Se reparten el deporte y el arte, la fuerza y la sensibilidad, el humor y el éxito social.

Cuando no se pelean, juegan a andar por el departamento desnudos, con una toalla en la cintura, alrededor de la chica que limpia. La rodean, la rozan, se ríen de su horror.

Tenés un radiograbador estéreo plateado con doble casetera.

Tenés un solo disco que me interesa, Lo mejor de Pescado Rabioso. Llevo un casete de 90 para que me lo grabes del otro de lado de Machine Head.

Esta letra cursiva azul inclinada con la lista de temas es la tuya.

Estamos sentados en el umbral de tu edificio. La calle duerme la siesta del verano y allá al fondo flota lento un 80 con todos los cromos brillando bajo los rayos.

Y en esta quietud que ronda a mi muerte no tengo presagios de lo que vendrá.

Te llevás muchas materias. De alguna manera las das. Pasás a cuarto.

Te rateás dos semanas seguidas y le falsificás la firma a tu viejo en el boletín de faltas.

Le afanás la chequera a tu viejo. Le falsificás la firma y te comprás discos, ropa, chicles importados.

Botas tejanas Levi’s de cuero marrón bordadas con hilos de colores.

Baño turco y masajes en Colmegna.

Deambulás por Florida con tu carpeta flaca apretada por un elástico negro.

Probás instrumentos en las casas de música.

Volvés a Liniers a la hora del almuerzo en el 86.

Te juntás a tocar con unos flacos en una sala donde ensaya Claudio Gabis. Te pasa yeites.

Decís buenas noches Bariloche, sale con fritas, de frente manteca.

Tu torso se comba a la altura de los hombros y se te nota mucho la curva de las costillas.

Sos asmático. Estornudás, te ahogás, se te ponen rojos los ojos. Vas al baño y te echás agua a la cara para respirar.

No te interesa la política, no tenés inquietudes sociales.

No te irrita que se rían de vos. No tenés problema en feminizarte, el ridículo que más nos abochorna.

Me enseñás el truco del lápiz.

El día de la primavera vamos de picnic con toda la división. Colectivo interurbano, viandas, botellas descartables de coca de dos litros -una novedad.

Se entra al recreo sindical por una alameda de pinos en ese.

Desafiás a María Laura a un partido de tenis para demostrar tu teoría de que una mujer nunca puede ganarle a un varón por la diferencia de fuerza.

María Laura es rubia, de ojos celestes y piernas musculosas. Entrena tres tardes por semana en el Urquiza Tenis Club y los fines de semana compite en interclubes.

Vos jugás a la paleta en Vélez en verano.

Las pocas veces que llegás a la pelota, sus tiros te doblan la muñeca.

Ahora la pintás a ella como la mujer biónica y a vos como un insecto jadeante.

Tu humor está hecho de caritas y voces, de morisquetas tiernas, infantiles con insinuaciones zarpadas.

Inventás personajes, cada uno con su nombre y su personalidad.

Creás complicidades estrechas, mundos de dos o tres habitantes.

Y además, vos sos el sol.

Te llevás varias a marzo. Me pedís que te ayude con matemáticas. Yo la preparé con una profesora del barrio y aprobé en diciembre. No soy el más indicado, nada indicado, pero insistís. Me tenés confianza.

Es tu último examen de marzo. En las otras dos materias te fue mal. Si te va mal en esta repetís, tenés que cambiar de colegio, tus viejos te matan.

Las aulas del primer piso dan a un pasillo abierto, un balcón alargado con vista al patio donde formamos. Más allá de la medianera hay jardines. Asoman copas de arbustos, los pájaros cantan.

Sos el único que no terminó de rendir. Tu público se impacienta en la escalera con los dedos cruzados.

Te va mal.

Entonces sacás de la galera uno de tus trucos de equilibrista sin red.

Le hablás a la profesora como no le habló ningún alumno hostil ni chupamedias de 16 años. Le contás que querés ser músico y la amenaza materna de mandarte a trabajar a la feria si repetís. Seducís, rogás sin dar lástima, contagiás vida hasta que dan ganas de ayudarte.

Salís sonriente enarbolando el boletín con un 4 al lado de la firma de la hasta esa mañana de sol inflexible señora S.

Hay una especie de trato institucional: te hacen pasar de año pero tenés que cambiarte de colegio.

Hacés quinto en un secundario para inadaptados por Caballito o Flores. Las parejas aprietan en clase. Las minas se divierten calentando a los profesores y los flacos rompen los pupitres contra la pared del aula para asustarlos.

La violencia física te da miedo.

Igual a mitad de año venís de viaje de egresados con nosotros. Hace rato que sos Fabi para todos.

Una de nuestras pocas fotos es de Bariloche, vestidos de mujer en un número cómico que organizaron en el comedor del hotel. Pantalones de raso negro, pieles, rouge.

Otra en la orilla del lago, tu campera inflada verde entre azules oscuras.

Un tipo levanta a una compañera que hacía dedo a la salida de un boliche. Saca un revólver. La hace tirarse en el piso del coche y la viola. Ella te lo dice solamente a vos, que la llevás al hospital.

Cerro Catedral -día de esquí con ropa de alquiler colorida. Estás ajustándote las botas tirado en la nieve y Graciela Borges te apoya el pavo enorme encima de la pierna.

Cada recuerdo arrastra otro.

Y así verás lo triste y dulce que es vivir.

Los sábados a la noche vamos al centro, a Lavalle, donde abrieron un local gigantesco de videojuegos. Gastamos fichas en el tejo de aire y te enseño a jugar al pool.

Unos meses después ya es muy difícil que te gane. Te parás como un profesional -los pies juntos, las rodillas flexionadas, el codo para adentro y la cola para afuera. El taco amenaza estocada y acaricia.

Anunciás las jugadas, metés las ocho bolas seguidas y saludás al público imaginario con una reverencia.

Sobreactuás, siempre.

Jugás por plata con chabones más grandes en un bar de Mataderos que parece sacado de la novela Paño verde.

Te encanta apostar.

Te salvás de la colimba. Exagerás asma en el hospital militar.

Vas con tus viejos al recreo del ACA en el Tigre. Un domingo me llevan. Cruzamos en balsa a la isla. Picnic en mesa de cemento, pescadores enseñándole a encarnar a sus hijos, voley, culos de reojo.

Se mudan a un par de cuadras, a una casita en un pasaje del barrio municipal.

Tu pieza es angosta, en planta alta.

¿Llegaste a terminar la secundaria?

Una de esas salidas de sábado por Lavalle nos levantamos a dos chicas de la escuela Hastinapura. Vestidos de bambula. En ese reparto tácito que se hace en un segundo la gordita es para vos.

Esa misma semana se ven, van al telo.

Vas a estudiar guitarra con Walter Malosetti. Te convertís al jazz.

Empezás a apreciar la técnica, el estudio.

Weather Report, George Benson, McLaughlin, Pat Metheny, Larry Coryell son tus nuevos dioses. ¡Joe Pass!

Pulcro en general, cuidás especialmente tus manos y uñas. Te pasás crema Pond’s.

Ponés en el radiograbador temas que tengo que escuchar, uno atrás del otro.

Acechás el solo con el índice que apunta al parlante.

Te tirás para atrás en tu cama cuando ataca el saxo de Birdland. Pulsás el aire.

Tu cara se estira, se estruja, abre grandes los ojos. Ladeás la cabeza que vibra.

La boca abierta, las cejas flechas que apuntan al techo.

Sabés en qué número exacto empieza cada solo en el contador.

Le das al play y rebobinás el próximo casete a mano con una birome.

Cuando te parece que me canso salteás partes.

Tenés que tener una  Ibanez negra de media caja, como si no se pudiera tocar con ningún otro instrumento.

Les quemás la cabeza a tus viejos varios meses hasta que conseguís tu Ibanez -como la de Benson. La acariciás con una franela cada vez que entra y sale de su estuche negro duro con interior aterciopelado rojo.

La viola, el equipo, los pedales.

Sos mi coach en un noviazgo tortuoso con una excompañera de la división que te adora -ella también.

Dios de la adolescencia.

Tomás Coca, nunca alcohol.

Viajás por primera vez a Brasil, solo, en micro, a la casa de un primo o tío que vive allá multimillonario.

Desayunos en terraza con vista al mar.

Aguas de marzo por Tom Jobim y Elis Regina.

Traés revistas de porno duro que acá están prohibidas.

Traés un bolso lleno, pero cuando el micro cruza la frontera sube Gendarmería, revisa los bolsos y te las requisa. Los vecinos de asiento cogotean. Les cuesta asociar lo que alcanzan a ver de las tapas -abismos anales, pijas de centauro- con la imagen que se habían hecho de ese chico tan simpático.

Unos kilómetros más adelante, sacás estas tres o cuatro revistas de un tajo que habías disimulado en la funda del asiento y todo el micro te ovaciona.

É pau, é pedra, é o fim do caminho.

Te hacés una banda de amigos de la música, del cine y vagos. Música, porros, risas en un departamentito enfrente de otro más grande, el de policía, y a la noche fisura con fideos en Pippo.

Circulan de mano en mano los primeros casetes de Tangalanga. Se los saben de memoria.

Pasás mucho tiempo en lo de Malosetti, una casa vieja y desconchada con patio en Virrey Ceballos y Belgrano que es también su academia, adonde van todos los jóvenes promesas del jazz.

Debutás con Javier con un dúo de guitarras en el Tortoni.

Acompañan a una cantante, María Volonté. Vamos a un ensayo en su departamento, en los edificios altos de Catalinas Sur.

Parás con los Malosetti en Gesell. Te levantás a una gorda que se pinta los labios de rojo oscuro y lleva una caja de 400 fósforos en la cartera. Lo importante es empupar me explicás, ya vendrán las lindas.

Descubrís las putas de isla Maciel.

Te regocija su fealdad de feria de fenómenos y lo barato que te sale ponerla. Te excita lo que a otros les espanta: las cortinas floreadas que dividen las casitas calabozo, el catre ahogado, que te enjuaguen la pija en una palagana de plástico con agua tibia y jabón Espadol.

Imitás con voz fina la entonación provinciana de las putas cuando te gritan desde atrás de las rejas vení flaquito, vení chetito vení.

Buscás la joya en ese festival de ladillas, tetas asimétricas y enanas chuponas.

Dejás el jazz por la música clásica.

Querés entrar al conservatorio dando los primeros años libres en unos meses.

Empezás a estudiar con una profesora muy estricta, hija de un gran músico de los años cuarenta y maestra de maestros del conservatorio.

Es pianista, ciega casi total.

Percibió algo en vos que la hace aceptarte como alumno y pronto amadrinarte.

Pasás cada vez más tiempo en su casa, un departamento luminoso en Luis Saénz Peña, a media cuadra de plaza Congreso y a cuatro de la casa de Malosetti.

Cambiás la Ibanez, el equipo y los pedales por una guitarra española de concierto.

¿La guitarra se la encargaste a Fanta?

Estudiás todo el día, todos los días. Se acaban las salidas.

La vida en Liniers se vuelve imposible. Te vas a una pensión, la más barata que encontrás, en San Telmo.

Dormís abrazado a tu guitarra de mil dólares en una pieza infecta, rodeado de familias numerosas indigentes, travestis y cirróticos.

Pintás grotesca la miseria, te regodeás en esa decadencia hasta la madrugada que abrís los ojos y ves ratas asediando tu cama, ratas encima de tus piernas.

Me pedís asilo. No tenés otro lugar adonde ir. Mis viejos se conmueven. Vas a estar todo el día afuera, es solo para dormir -prometés y cumplís. En la cama con rueditas que sale de abajo de la mía.

Conducta intachable. Apenas un asomo de nervios de mi parte por miedo a que me reprochen la cantidad de manteca con que untás las galletitas Lincoln.

En el casete que ponés sin parar ahora suena el Concierto de Aranjuez. ¿Narciso Yepes o John Williams?

Tus viejos aflojan. Volvés a la casita del pasaje unas semanas más tarde.

La maestra de música tiene una hija prodigio de 16 años. Es bajita, menuda, de ojos verdes y sonrisa angelical. La futura Martha Argerich con un culo de propaganda de jeans.

Cuando se sienta al piano, sus manos vuelan y una cortina de pelo largo lacio rubio cae en cascada sobre sus hombros y se derrama por su espalda hasta el taburete.

Ese living de Congreso con recuerdos prestigiosos enmarcados en las paredes se va llenando de risa con tus voces, tus personajes, los juegos a los que nadie puede no prestarse.

Aprobás todos los exámenes. Entrás al conservatorio directamente en cuarto año.

Das tu primer concierto solista clásico, un sábado a la tarde, en la Biblioteca Argentina para Ciegos, un edificio Art Nouveau a media cuadra de Rivadavia y Medrano.

Traje y corbata, zapatos, sentado serio ante el atril en un salón oscuro con mucha madera. Gestos mínimos.

Todo cuidado, todo cuenta: el ángulo de la guitarra sobre tu muslo, la posición del pulgar en el mástil, la distancia al apoyapie plegable.

Hacés un Concierto de Aranjuez perfecto.

Estamos todos orgullosos. Tus viejos vestidos como para un casorio, la maestra pasada por la peluquería, su hija ya es más que tu fan.

La maestra no necesita ver para darse cuenta de que se enamoraron. No quiere distracciones para su mejor alumna, nada que interrumpa la carrera de concertista que le prepara desde siempre.

Hay en juego un linaje de oídos absolutos.

Tratás de explicarle la pureza de tus sentimientos. Te ponés a su disposición, le ofrecés ser su preceptor, su mano derecha, pero no la convencés.

Te prohibe la entrada a su casa. Corta los puentes. Manda encerrar a la princesa en la torre del castillo.

El padre que ya tenía pinta de ogro y el hermano mayor hacen de carceleros. La llevan y la traen. Te huelen en el aire como perros, se asoman al balcón, interceptan el teléfono.

A ella le falta un año para cumplir los 18 y esperar no es una opción. No les queda otra que escaparse juntos.

Planeás la huida como un crimen perfecto.

Le dejás papelitos plegados en ciertos puntos claves de la vereda.

Una compañera de colegio viola la prohibición de pasar mensajes.

La arrebatás una madrugada y corren a Retiro.

Te vas con mi cédula por si la cana te pide documentos -no me podés decir adónde ni insisto.

Que raptaste a una menor dice el aviso en la tele, con tu nombre y tu foto sin barba, no que huyeron juntos por amor.

Se esconden dos o tres meses en un departamento en Mar del Plata mientras tu viejo tramita una dispensa para que puedan casarse.

Ganás. Un juez los autoriza. Pueden volver.

Camino el Once un mediodía azul de invierno buscando una frazada para regalarles.

Soy tu testigo en el civil de la calle Uruguay.

La ceremonia es mínima. Tus viejos, tu hermano y la testigo de ella. Sanguchitos de miga, Coca y cerveza en el depto que les alquilaron en Rivadavia y Anchorena, en la torre donde dicen que vive la madre de Charly García.

Desaparecés unos meses. Te absorbe la vida dulce de casado prematuro.

Le metés los cuernos, ella se entera y te echa.

Estás afuera del departamento. Tus palabras rebotan contra la puerta. La oís gritar y llorar del otro lado.

Querés explicarle que la amas más que a nada en el mundo, que lo que sienten ustedes está por encima de todo, que están hechos el uno para el otro, pero ella no te entiende. No hay caso, no quiere abrir, no quiere entender el terrible error que sería separarse.

Me contás todo como una película en Liniers, en la piecita del primer piso.

Es de noche. Estás afuera del edificio. Caminás haciendo equilibrio por la medianera entre alambres de púas para llegar adónde, ¿a una ventana? Por todas partes patrulleros, voces de vecinos, haces de luz, megáfonos, ladridos.

Llorás en el asiento de atrás del patrullero. Un cana te pone la mano en el hombro.

No sé qué es de tu vida los dos años que paso afuera.

Venís a verme al departamento de Javier, donde paro desde que volví del sur. Es un día de semana a la tarde. Charlamos sentados en almohadones en el piso del living.

Manejás un taxi 12 horas por día.

Tomás merca que les comprás a unos gitanos, o los gitanos son los dueños del taxi y la merca la comprás en Lavalle.

Historias locas con pasajeros. Llevás a un político o al hijo de un político del que no me podés decir el nombre que te hace entrar al Congreso de noche.

Toman merca mirando las luces de la ciudad desde la cúpula del Congreso.

Necesitás salir decís.

Si querés, puedo preguntarles a mis amigos del sur si se copan en alojarte.

¿Te vas a bancar estar lejos de todo, en un rancho en el medio de la nada?

Mis amigos del sur tienen cuatro hijos, todos de menos de 6 años. Hierven pañales de tela en una cocina a leña. Aceptan sin entusiasmo.

Te ven aterrizar como a un ovni, apiñándose atrás de la ventana de la cocina para verte arrastrar una valija de rueditas que se traba entre la tierra y las piedras del camino -ninguna mochila.

El viento revolotea las hojas de los álamos.

A tus espaldas la pared marrón del cerro López.

Traés tu viola, el atril, una raqueta, ropa de marca, crema para manos, tu pelota de básquet naranja entre otros cuerpos extraños a la casilla de tablas ásperas y náilon en vez de vidrios en las ventanas, las sesiones grupales de meditación, la olla negra abollada con polenta para los perros y el uso del hacha.

No tallás el radal, no hundís las manos en la tierra, no sembrás nada.

Vas seguido al centro. Vendés dulces y pickles caseros y artesanías que hacen mis amigos. Les comprás su primer televisor y un equipo de música.

Volvés a la casa de tus viejos, ahora un depto grande en Flores, a media cuadra de Rivadavia.

Venís al edificio de Ciudad de la Paz donde vivo con Gabi. Está enferma y necesitamos encontrar una farmacia de guardia. Nos llevás hasta Monroe en tu Fiat 147 blanco.

Manejás como un loco.

Es la última vez que nos vemos.

Tenés una hija con una mina que conociste en la parada del colectivo -ahora debe tener la misma edad que mi hija.

Te dedicás al tango.

Dejás la guitarra y te dedicás al baile.

Te rapás.

Sos primer bailarin de «Bienvenido Tango», un espectáculo dirigido por Cacho Tirao.

Te vas a vivir a Europa. Das clases en París de tango en tres estilos: canyengue, milonguero y tango danza.

Preparás un unipersonal. Preparás una serie de humor para la televisión francesa.

Vivís entre París y el norte de Italia.

No ves crecer a tu hija. No enterrás a tus viejos.

Te alojás en Ferrara en la Pensione degli Artisti y das clases en Padua.

Bailás en las veladas del café Pedrocchi – tradicional café del siglo XVIII.

Estás en Venecia, sufrís por amor.

Querés matarte.

Explicás los motivos en una carta de ocho páginas que dejás en el altar de la basílica dei Frari.

Te quejás de la indiferencia de la cultura italiana, decís que te cerró la puerta en la cara.

Te quejás de la Bienal, una institución falsa escribís.

El cura de la basílica encuentra tu carta y alerta a la policía.

Los policías van a la Pensione degli Artisti. Encuentran una copia de tu carta y una agenda. Llaman a tu amiga y le piden que te dé el apuntamento.

Te encuentran adelante de la iglesia di San Moisé.

Estás agitado y confuso.

Te llevan a la comisaría.

Te llevan al servicio de psiquiatría del hospital de Mestre.

Te escapás del hospital sin permiso a la mañana siguiente.

Subís disimulado entre turistas al campanile de San Marcos.

Llegás al campanario, pasás por encima de la malla de protección y te parás en la cornisa.

El edificio más alto de Venecia -98,5 metros.

Los carabineros Davide Cocco y Matteo Gigli y un guardián y dos turistas anónimos tratan de convencerte para que bajes.

Te quejás de que tu arte no es comprendido.

Acusás a la Bienal, repetís que te cerraron la puerta en la cara.

Ellos estiran los brazos a través de la malla para tratar de retenerte.

2003. Estoy leyendo el diario a media mañana en la cocina de la carpintería donde trabajo en La Paternal.

Aunque escribieron mal tu apellido, enseguida sé que el de la noticia sos vos.

Mis ojos van y vuelven del diario a la pared cruzada por huellas brillantes de babosas y telarañas sobre las que se deposita el polvo de años.

Hacés una reverencia y saltás.

No le das más al play.

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Editoriales

«Un libro que se pueda leer de una sentada», entrevista a Joana D’Alessio de Vinilo Editora

Desde su aparición en 2021, los libros de Vinilo Editora se hicieron notar enseguida. Por su tamaño y extensión, por su cuidado sistema gráfico -reconocible en las tapas de fondo negro combinadas con dos colores flúo- y por enfocarse en la no-ficción como género exclusivo. El sello va desde obituarios literarios hasta ensayos y crónicas de raíz vivencial, enmarcados en una única colección, que se llama Sencillos, en alusión a los simples de la música, y que ya lleva 11 títulos publicados. Solo por destacar un par, mencionamos Parte de la felicidad de Dolores Gil, una trágica y conmovedora historia familiar, y La pasión y la condena de Juan Villoro, quien explora el oficio de escribir detallando cómo funciona la psicología de un escritor con una lucidez notable.

Hablamos con Joana D’Alessio, fundadora de Vinilo, quien dirige además el sello infantil Ralenti y publicó un libro de cuentos, titulado Alguien a quien contarle todo (2021). Dentro de Vinilo, Joana comparte con Mauro Libertella las decisiones editoriales, y Max Rompo se ocupa del diseño. Le preguntamos a Joana cómo es armar un catálogo desde cero, cómo fue el proceso de creación de la editorial y del diseño de los libros, que juegan un papel determinante en la identidad de Vinilo.

¿Cómo se arma un catálogo desde cero? ¿Qué criterios tiene Vinilo?

Justamente Vinilo es una editorial que tiene un perfil súper definido, porque trabajamos con un género muy específico que es la no ficción. Dentro de la no ficción, hay un montón de cosas, pero ya es un recorte muy claro. Y en principio Sencillos, que es por ahora nuestra única colección, son libros cortos. Una de las ideas cuando armamos la editorial
un libro que se puede leer de una sentada, de un tirón. Un libro que uno puede abrirlo y no moverse, no hacer nada, no interrumpir la lectura hasta terminarlo. Era una experiencia que yo había vivido con algunos libros y me había parecido especialmente interesante. La experiencia de absorber un libro en único momento de tiempo y espacio definido me dio en varias oportunidades un acceso a esa historia particular y me permitió guardarlo en mi memoria especialmente. Me acuerdo cuándo lo leí, en qué momento de mi vida, dónde estaba y me acuerdo mejor del libro. Esa experiencia de lectura no fragmentada fue uno de los grandes criterios, y la no ficción. Esos son criterios marcados desde el principio, pero después nos interesa también abrir a todo tipo de autores, desde autores nuevos que publican sus primeros libros, que es algo que me interesa hacer especialmente, autores más reconocidos, autores de otros países. Buscamos una diversidad dentro del catálogo. La no ficción tiene que ver con miradas sobre el mundo y cuanto más diversos son esos recortes, más interesante es el catálogo que podemos ofrecer. Asimismo, dentro de la no ficción, nos gusta ir modulando libros que son más autobiográficos y libros que son más ensayísticos. Incluso ahora estamos explorando otros géneros, con un libro que es una compilación de varios autores.

¿Qué tuvieron en cuenta a la hora de elegir el formato de los libros?

Estaba muy clara esta idea de libros para leer de un tirón. Empecé a investigar cuántos caracteres podía ser eso, y empecé a ver posibles formatos. Estábamos en la primera época de la pandemia, cuando empezó el desarrollo de Vinilo. Y recuerdo muy claramente cuando empezaron a abrir las librerías, después de un momento donde solo se podían pedir libros por encargo, y fui una librería a revisar distintos libros de formato pequeño para ver dentro de eso cuál era la medida exacta en la que íbamos a trabajar. Hay un tema con los libros pequeños que es que no se exhiben en las mesas. Entonces están en la caja y terminan un poco desordenados, temíamos que eso fuera un talón de Aquiles en el proyecto. En ese sentido, trabajamos mucho en darle identidad a la colección para que tuviera sentido que estuvieran juntos. Además de la idea de leer de una sentada, me parecía lindo la cosa del objeto pequeño. Me gustan las miniaturas, colecciono miniaturas. Pero había que encontrar algo que tampoco fuera tan pequeño que se volviera incómodo de leer. Así fuimos probando y ensayando distintos tamaños con Max Rompo, el diseñador que hizo todo el desarrollo, y llegamos a este tamaño que tiene 12×16 cm. Es un libro bastante pequeño, pero que aún conserva un tamaño que lo vuelve fácil de leer.

Mirá la entrevista completa acá.

Mirá la entrevista completa a Joana D’Alessio de Vinilo Editora.

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Autores Literatura japonesa

Al borde del abismo – Kobe Abe

Este cuento del escritor japonés Kobe Abe (1924-1993) pertenece al libro Los cuentos siniestros, que reúne una selección de relatos suyos publicados entre 1950 y 1960. Aquí va «Al borde del abismo», un cuento que se mete en la conciencia de un boxeador que está en la etapa final de su carrera, mientras se prepara para una nueva pelea. Metáfora de la vida, curiosamente recuerda al «Negro Ortega» de Abelardo Castillo y a la atmósfera de ciertos relatos de Hemingway y Ring Lardner.

…No me dejaré vencer… es una pelea… yo no voy a luchar para perder…
¡Carajo, esta leche es de ayer, ya no sirve! Aun cuando la guardes en la nevera, da lo mismo. La leche está viva, ¿me entiendes?, está viva, es un ser viviente, de verdad. Al estar viva, se digiere a sí misma y se queda sin valor nutritivo. Qué problema, oye… ¿por qué no te fijas en la fecha impresa en el envase ? No gastan el dinero de la impresión solo para ponerle un adorno, ¿sabes? El producto de hoy se debe consumir hoy mismo…
¿Qué hora es?
Pero las nuevas peras locas que acaban de llegar… esas bolas rojas… me sentaron de maravilla… uno dos, uno dos, uno dos… ¿sabes que tengo oídos muy sensibles? Reacciono de inmediato ante cualquier sonido trivial. En el ring las suelas de las botas untadas con resina suenan de una manera muy especial, ¿me entiendes?, y ahí sé en qué estado físico me encuentro. En una ocasión, tuve que volver apurado a la esquina, a mitad de la pelea, para untar las botas con más resina. Y la risa que eso produjo….
Buenas noches… le fue muy bien ayer, señor Kimura… fue magnífico de verdad. Al lado del ring, ¿se fijó?, había una mujer espléndida que le vitoreaba, así…
Qué frase: «¡Me encantas, me encantas!»…
Qué fastidio… Tengo que ganar la pelea…
Últimamente me cuesta tanto la dieta que de noche me despierto soñando con la vianda de arroz. Para colmo, he tenido demasiadas peleas; ya no soporto ese ritmo tan acelerado. ¿Acaso me toman por pan comido?
Claro, sin peleas me aflojaría en el entrenamiento, pero el exceso también me acabará con celeridad. Ya me siento agotado, ¿sabes? Es mejor calidad que cantidad… Cómo me gustaría escoger solo presas fáciles… pero jamás gozaría de semejante lujo…
Carajo, el otro día hasta llegué a la pesada… ya había terminado el chequeo médico… y nunca apareció el contrincante… Cómo lloré, te lo juro… Después de haber sufrido tanto la dieta, ¿ves lo que pasó? Desde luego, el dinero sí lo cobré, pues ya me habían pesado y no podía regresar con las manos vacías. Pero qué decepción, para uno que atraviesa la edad de andar hambriento todo el tiempo; si no fuera por el boxeo, ¿te imaginas?, me hartaría de comida. Al pesar 51 kilos, uno más no me importaría a mí, ni menos a los demás. Al comienzo de la carrera no tuve ningún problema de peso. Con tantos ejercicios que hacía, todo el alimento pronto se me convertía en músculos…
Tantas ofertas en avalancha me harán la vida imposible. Empecé a practicar el boxeo para no morirme de tedio ante una vida demasiado ordinaria, pero me ha resultado tan azaroso que no dejo de angustiarme. Tampoco sería capaz de suicidarme, ¿verdad que no?… No, no sería capaz… Solo un hombre con un cerebro más desarrollado tendría la osadía de hacerlo…
…Oye, te cortaste mucho el pelo, por la parte de arriba… no, no, es mejor ir a la peluquería antes de la pelea… La barba que crece por culpa de la pereza te vuelve doblemente miserable cuando te tumban en el ring…
Uno dos, uno dos, uno dos, uno dos, uno dos, uno dos… Mira, hoy estoy en muy buenas condiciones…
Oiga, señor Kimura, fíjese que el otro día saqué un oráculo escrito y me tocó uno que decía: «Suerte inesperada». Esa máquina que arroja un cacahuate al colocar una moneda de diez yenes y levantar la manivela, ¿la ubica? Me puse de buen humor y probé otro, pensando que sobrevenía algo extraño. Otra vez lo mismo: «Suerte inesperada». Me dejó atontado y quise probar uno más… y me tocó otra vez la misma frase. No lo podía creer. ¿Verdad que es extraño? Usted sabe que tengo el brazo lesionado, pero me infundió tanta confianza que fui a hablar con el maestro para suplicarle que me ayudara a realizar esta pelea, a como diera lugar. Pero qué tal si la pierdo después de todo esto, qué congoja…
Anda, el sparring
Uno dos, seguidos
¡La derecha, uno dos!
Ahora, jab, jab, jab, jab
Un uppercut directo
Tres derechas, una, dos, tres
Un uppercut derecho
¿Qué sonó ahora?… Ya, la puerta de abajo… hasta la puerta es de acero… El ruido me cayó como un golpe en el vientre.
Ay… estoy despistado hoy. Se me han olvidado muchas cosas. ¿Alguien tiene una toalla de más que me preste? La mía se me quedó en la casa. Quizá soy un tarugo insalvable…
Me levanté de un tiro a las cinco de la mañana, como de costumbre, a pesar de que me habían dicho que hoy podía omitir el trote… Qué torpe soy… Iba a dormir a mis anchas, porque me dijeron que ya no había problemas de peso… Anoche escuché música en la cama para relajarme… el concierto para violín de Tchaikovski… ¿no le parece hermoso?… El canto del cisne también es relajante… Me gusta más el jazz, pero el problema es que me desvela…
Me cuesta levantarme temprano en la mañana, más que todo; como sufro, de verdad… el término «trotar» suena exagerado, pero no me resulta tan pesado correr unos cuantos kilómetros… Al levantarme y vestirme… qué sufrimiento tan terrible… tengo que soportar el sueño y el frío… Ya estoy añorando la llegada del verano… qué pereza…
Y qué importa…, me gusta lo que hago, eso es todo. Aunque a veces me parece odioso, en el fondo me gusta, sabes. Si uno lo odiara en serio, no volvería a practicarlo después de haber recibido tantos golpes fuertes. Hay algo que me atrae. Para empezar, es tajante; todo es blanco o negro y puedes definir lo que significa vivir con claridad, ¿no te parece?
¡Jab, jab, jab, jab!
Jab, al fin y al cabo. Disparando el jab, me puedo serenar. Confío en mi golpe directo. Con el jab provoco al contrincante, así. Jab, jab, jab, jab ¡Upper directo!
¿Qué hora es?
Bueno, la pelea comenzará pronto… qué fastidio… casi no lo aguanto…
¿Ves que compré medias rojas? El color rojo nos trae buena suerte, dicen, a los que nacimos en agosto… ¿Sabes que nací en agosto?… El color rojo es para los que cumplimos años en agosto. Por eso compré estas medias rojas… ¿Cómo?… ¿Color blanco?… ¿En serio? Pero usted no nació en agosto, ¿verdad?… Qué malvado es… deje de tomarme el pelo… Qué extraño… ¿las medias rojas no surtirán efecto?…
…Pero estoy en buenas condiciones físicas. He tenido mucha suerte estos días. ¿Vio que me tocó «Suerte inesperada»? Y de noche duermo como un tronco. Ayer me dolía tanto el cuerpo a la hora del masaje que llegué a pensar que se me habían petrificado los músculos, pero después de haber dormido bien, amanecí como un resucitado, como si nada. Será en virtud de la experiencia. Mire con qué agilidad estoy moviendo los brazos en el boxeo de sombras… La victoria es mía, estoy segurísimo. La lesión en el brazo se me curará por completo al comenzar la pelea, ¿no me cree?
Hombre, no voy a perder… Si me derrotan ya estaré fuera de la clasificación…
… ¡Voy bien! Escuché el pitazo muy cerca de los oídos… Esto quiere decir que estoy tranquilo… La resina de las botas también suena como debe ser… Voy a ganar… Ya van cuatro derrotas consecutivas… Sí, me he esforzado, pese a la lesión del brazo… un esfuerzo casi innecesario… Por más que me digan que descanse, que me cuide más el cuerpo, no puedo calmar la ansiedad… El descanso solo serviría para descalificarme… Qué humillación sería… Una vez descalificado, difícilmente saldría a flote… sí, casi imposible… con tanta competencia encima…
Uppercut directo
Al centro, al centro, al centro
¿Qué haces?, golpea, hombre
Eso, eso
Adelante, adelante
Uno dos, uppercut
Lo sé, no me molestes… tengo experiencia…
Del décimo al noveno… del noveno al octavo… del octavo al séptimo… del séptimo al sexto… cada vez que subo un puesto en el ranking, derribo cinco enemigos… me lo dijo el maestro… O sea que el campeón ha derribado, a ver, cinco por diez, cincuenta boxeadores en total… Qué bueno ser campeón, pero qué terrible ser uno de los cincuenta derribados… pero si no eres campeón, eres uno de los derribados… A veces me pongo a reflexionar… Del séptimo al octavo… del octavo al noveno… del noveno al décimo… Qué ciclo tan detestable… Ahora solo estoy boxeando para que los demás suban de ranking… ¿por qué será?… ¿Será que carezco de vocación?…
(Gong)
Ahora, respira hondo
Ese golpe al vientre estuvo bien
Pero no te conformes con uno dos
Uno dos tres cuatro
Relájate, pero no te detengas
Luego, hacia arriba
Cuidado con el jab del enemigo
Muévete bien
Con las piernas ágiles
Métete adentro
Y uno dos tres cuatro
Sin parar, luego hacia arriba
… De veras creo que hoy tengo suerte. Cambié de trabajo el 18 de febrero… llegué ese día a las 8 en punto a la oficina… Estamos en el año 38, para rematar, ¿no ves?… tres veces el número 8, que es de suerte, indica buen futuro. Soy afortunado.
No perderé… Otra derrota me descalificará…
A la derecha, pásate a la derecha
Ahora, el directo
Date prisa
La derecha, hacia adelante
La derecha, la derecha, la derecha, la derecha
Esquívalo, y al vientre
Bien, bien
Tranquilo, vas ganando
¿Sabes que yo anoto todos los acontecimientos del día en mi cuaderno… todo lo que hago durante la jornada…? Sí, todos los días… no he faltado ni un día, te lo juro… Primero la fecha, las horas que duermo, la hora a la que me levanto, la duración de los ejercicios físicos, los kilómetros que corro, el estado físico… Luego, a ver, cómo diría, la bebida antes del desayuno… té japonés, jugo, leche… también la cantidad y los ingredientes de la comida… Viene otra vez la bebida después del desayuno… Claro, lo que como en la oficina, si acaso pruebo algo… Sigue el almuerzo acompañado de alguna bebida… y cuando estoy muy cansado, duermo la siesta… Todo esto lo anoto… todo lo que como y bebo… Luego entro al entrenamiento técnico…
Apunto también la hora de salida de la oficina y la de entrada al gimnasio… el peso según la báscula… En general, comienzo con el boxeo de sombra… y el sparring… claro, sin olvidar el nombre del contrincante… Continúo con el costal… otra vez el boxeo de sombra… tengo que recordar cuántas veces lo hice… la pera… los saltos de la comba, los ejercicios de los músculos abdominales, de contracción y estiramiento, etc. De todo esto anoto cuánto hice… A ver, a ver… el baño, quiero decir, la ducha… la báscula otra vez para terminar, y la hora de salida del gimnasio… La bebida, la cena, la bebida de nuevo… Si acaso pruebo algo más, también lo anoto sin falta… la hora de acostarme… el masaje, si me lo hacen… las vitaminas que tomo… y una que otra observación general…
Todo esto lo apunto en mi cuaderno… te lo juro, todos los días… solo para mí… ya que a nadie más le sirve… Bien sabes que la pelea comienza antes de subir al ring… En realidad, uno pelea todos los días… es indispensable la disciplina para superar a los demás…
No me dejaré vencer después de haber hecho todos estos esfuerzos… me he entrenado con una rigurosidad espartana…
(Gong)
Te sale bien el jab
Mejor que en el primer round
Ahora sí es más certero
¿Comprendes?
Ahora, respira hondo, uno dos tres
O.K.
¿Me escuchas?
¿De veras?
No te acerques por el lado izquierdo
De la derecha, de la derecha
Abanicas porque vas a la izquierda
Eso sí está mal, ¿sabes?
De la derecha, del interior
Y no del exterior
De la derecha, del interior, ¿me entendiste?
Muévete bien para meterte adentro
Eso, a la derecha
Un uppercut
Dale un jab, otro
Anímate
Un jab corto, otro corto
Demasiado grande
Más corto, más, más
Ahora a la derecha, métete adentro
Relájate un poco
La izquierda
Ahora al vientre
Carajo, la caída se acelera sin freno… a pesar de que conté treinta patrones en mi mejor momento, ahora solo me quedan siete, dicen… En la oficina ya me siento incómodo… «Deseamos de todo corazón que sigas haciendo esfuerzos hasta ganar el glorioso título de campeón», me han dicho… Qué ingenuidad… Solo uno entre cincuenta llega a ser el campeón… Sin esos cincuenta derrotados no existiría tampoco el campeón… me deberían agradecer por eso… Qué ridiculez…
Es extraño, ahora me pesan más los brazos; cuidado, se me ha caído la defensa… Ayer me dolieron muchísimo durante el masaje… ¿Será que ya no hay esperanza?… No, ya no quiero pelear contra este hombre que golpea tan fuerte… Debo esquivarlo con el juego de piernas antes de que me deje molido… o con un daño en la lengua, así ni podré trabajar en la oficina…
Ay, qué terrible es la caída en el mundo del boxeo… Es como estar colgando de un paracaídas perforado… al agarrarlo con las manos, solo sientes un alivio ilusorio y, en realidad, es lo mismo que soltarlo… Campeón… bueno, es veloz también la caída de un campeón… quizá más que la de un boxeador común… Detrás del campeón se ve el barranco más abrupto… ¿Verdad que sí?… Te precipitas acá o te precipitas allá: es la única diferencia… si de todas maneras caes al abismo… Qué tristeza…
… A ver, ¿dónde estoy? ¿Será que me quedé dormido? Me siento como en el fondo de un río. Mira, pasan muchos peces aquí arriba…
¿Cuatro? ¡Cuatro, dijo?… No se oye nada, porque habla en voz muy baja… ¿O sea que me han tumbado?… Ya veo, siento el olor de la colchoneta… Tranquilo, todavía hay tiempo… ¿Cuatro, verdad?… No te preocupes, todavía me faltan seis segundos… Claro, me he excedido en el entrenamiento… un boxeador clasificado cuando está de capa caída es muy solicitado entre los jóvenes que van en ascenso… pues sirve de peldaño para la promoción… y le sobran ofertas… Yo mismo me fijaba en aquellos boxeadores menguados al iniciar la carrera… A propósito, ¿cómo se llamaba ese boxeador?… El que peleó conmigo cuando yo estaba recién clasificado… Nunca más lo he vuelto a ver… Ya no seguirá activo… Ya me pararé…
No, mejor descanso un poco más. Apenas va por cuatro, ¿verdad? Me quedan nada menos que seis segundos. Ahora mismo me pararía si lo deseara; me incorporaré primero sobre el codo derecho, así, y luego retiraré la pierna derecha para desplazar el peso hacia la rodilla izquierda. Y listo.
Qué bonito… el cielo azul, pero es un azul celeste auténtico… ¿Pero por qué veo el cielo?… ¿Habrá algún resquicio en la bóveda?… Qué pereza… me da pereza pensar en la bóveda… bien… a mí qué me importa…
¡Ahora sí que me levanto! Lo esquivaré con el juego de piernas para darle un golpe por encima del ojo izquierdo. Esa herida todavía no está bien cicatrizada. Apenas estamos en el cuarto round… con una caída no pierdo nada… Yo tengo más experiencia que él, hombre… esto no es nada… lo voy a inmovilizar con mis jabs… ¡Ya me levanto!
Incorporarme sobre el codo derecho… retirar la pierna izquierda… desplazar el peso hacia la rodilla izquierda…
Qué extraño… Me siento como si estuviera dividido en dos, como si fuera dos personas… Ya estoy de pie, ¿verdad?… ¿Dónde está el ring?… Qué ruidoso… ¡Tanto ruido me vuelve loco!…
Ya, ya, claro…
Estas medias rojas, recién estrenadas, no me sirvieron de nada… sí, lo sé… un hombre como yo está destinado a avanzar sobre el camino prohibido… Cuatro años y seis meses después… he vuelto al punto de partida… En casa me hartaré de comida… comeré hasta más no poder, ya olvidándome del cuaderno… También fumaré y beberé… me comeré una fuente entera de gelatina… me dedicaré a hacer todo lo que no he podido… te lo juro, porque me he disciplinado en exceso…
¡Cómo me duele la cabeza! Carajo, tanto dolor no me dejará dormir un par de días… Ay, me duele… voy a explotar… Auxíliame, por favor, te lo suplico…

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Entrevista a Álex Ayala Ugarte: «Una buena crónica te hace visible lo invisible»

por Alejandro Güerri

En las crónicas de Álex Ayala Ugarte, los lugares se imbrican con las personas y las historias son indisolubles de la casa, calle, pueblo o ciudad boliviana donde suceden. Así conocemos la vida y la voz de un grupo de payasos y payasas en Ser payaso es cosa seria (2019); o recorremos una ruta donde la muerte protagoniza todas las crónicas en Rigor mortis (2017). Sea un oficio o la vida, ambos libros parecen capturar lo que se extingue.

Para contar historias, Álex Ayala Ugarte elige “el papel del periodista testigo”. Y parado en ese punto de vista, deja hablar a las cosas, deja ver otras costumbres y formas de ser. Una visión curiosa del mundo. Distanciada pero en el centro de los hechos. Ni piadosa, ni socarrona, compasiva y cómica por momentos. Chistes como apuntes a la pasada, observaciones que te la dejan picando.

Nacido en el País Vasco, AAU adoptó a Bolivia como su segunda casa en 2001. Publicó cuatro libros: Los mercaderes del Che y otras crónicas a ras del suelo (2012) y La vida de las cosas (2015), que indaga en el apego que tenemos con los objetos, además de los ya nombrados. Fue fundador de Pie izquierdo, la primera revista de no ficción en Bolivia. En 2008, ganó el Premio Nacional de Periodismo de Bolivia y, en 2015, la beca Michael Jacobs para periodistas viajeros. Hablamos con él sobre su escritura, sus temas y sus modos de abordar la masa informe de lo real hasta volverla texto.

¿Cómo hacés en tus crónicas para mantener esa distancia donde el yo se borra y a la vez está presente, como una cámara que filma todo?

Una crónica es un poco como una película: tiene escenas, párrafos descriptivos, personajes, diálogos y un largo etcétera. Y uno como «director» de su propia pieza tiene que escoger desde dónde quiere contar la historia. A mí me gusta el papel del periodista testigo, que da muestras sucintas de que está ahí, pero que no acaba conviertiéndose en protagonista. Por tanto, oigo, escucho, pregunto y observo, y luego trato de mostrar lo que considero más adecuado para que la historia se entienda.

¿Cómo surgen los temas de tus libros? ¿Qué te convoca del ancho mundo?

Me gustan los proyectos largos y siempre trato de tener alguno entre manos. Y soy un obsesivo: cuando me pongo en serio con algo, pienso en ello las 24 horas del día y los siete días de la semana. Pero no soy capaz de explicarte bien cómo es que van surgiendo los temas. Se trata de una suerte de combustión espontánea, supongo. Voy rumiando historias con las que me tropiezo hasta que, de repente, unas cuantas que comparten un mismo hilo conductor hacen clic en mi cabeza y me pongo manos a la obra. Siempre he tenido en cuenta la universalidad de las historias —es decir: siempre he buscado dar con todos los elementos que nos permiten la identificación con ellas—. Y sigo pensando que la curiosidad es mi mejor herramienta.

¿Cómo editás el material una vez reunido? Tus libros suelen estar hechos de muchas historias en torno a un tema.

Edito sufriendo. Aunque llevo años en el oficio, soy dueño de todas las inseguridades del mundo. Al comienzo, suelo pensar que todo lo que he escrito es una mierda y me fustigo. Y eso me lleva a pulir, revisar, descartar y reescribir. Tras muchas lecturas, cuando considero que el texto está en condiciones, lo dejo ir. Y luego trato de no volver a releerlo nunca.

Para mí, son muy importantes los ángulos inexplorados. Y centro mis energías en llegar a ellos.

En un capítulo de Rigor Mortis lo mencionás y también en tu perfil de IG, ¿cómo incide la tartamudez en tu relación con la escritura y con el lenguaje?

Escribir es escoger palabras. Y para un tartamudo hablar también lo es. Porque los tartamudos pronunciamos mejor unas palabras que otras y dependemos de escoger bien las palabras para ser fluidos. Veo la tartamudez como un signo visible de mi identidad y convivo con ella. A veces, con rabia. Otras veces, con humor. Y siempre con muchísima paciencia. No me supone ninguna ventaja evidente y tampoco es una desventaja insalvable. Es como el horizonte. Siempre está ahí y no hay que darle mayor importancia.

Ambos libros incluyen fotos con un tratamiento diferente: ¿qué relaciones te interesa crear entre la fotografía y los textos?

Me gusta que las fotos complementen lo que se dice en el texto y viceversa. Una buena crónica te hace visible lo invisible. Las fotografías permiten entender un poco mejor el contexto de los personajes y nos ayudan a imaginarlos. La palabra no puede aspirar a contarlo todo.

¿Por qué pensás que en Bolivia se le da ese tratamiento a la muerte, a diferencia de otros lugares?

Bolivia es un país que tiene un respeto profundo por las tradiciones. Esas tradiciones tienen que ver con las cosechas, con el baile, con la comida, con las creencias y también con la muerte. La muerte es ausencia, memoria, nostalgia y olvido. Y en Bolivia no tienen ningún pudor en mostrarnos todas sus caras. Allí la muerte no es ningún tabú. Allí hay hasta una música específica —los boleros de caballería— para despedir a los que nos han dejado. La relación de los bolivianos con la muerte es muy natural. Y eso, de alguna manera, marca la diferencia.

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Literatura japonesa

Cinco novelas japonesas recomendadas

por Victoria Cardoso

¿Qué es lo que tanto nos atrae de la cultura japonesa?

Tal vez el hecho de que sea una sociedad milenaria con rasgos tan distintivos que no se asemejan a nada conocido en occidente, la inmensa influencia que posee de la civilización china, la fusión entre lo tradicional y lo tecnológico conviviendo de manera simultánea. Son tantas las cosas que llaman la atención sobre Japón y su literatura es uno de los aspectos culturales que hoy en día aparecen con más protagonismo que en épocas anteriores. 

Aquí les dejamos algunas novelas japonesas que no pueden faltar en la biblioteca de cualquiera que quiera acercarse a Japón a través de sus letras:

Kafka en la orilla de Haruki Murakami: Murakami es uno de los escritores japoneses más conocidos del mundo y aquí nos presenta una novela en donde el título ya indica el fuerte vínculo que el autor tiene con la literatura occidental.

La mayoría de las novelas de Murakami tienen un rasgo característico que es la superposición entre la realidad y la fantasía y Kafka en la orilla es una de ellas. 

La vida de dos personajes sumamente diferentes entre sí se entrecruzan de una manera más inconsciente que real. Uno de ellos es un adolescente de 15 años llamado Kafka Tamura y otro es un anciano veterano de la Segunda Guerra Mundial, Satoru Nakata, que tiene una particular relación con los gatos. La historia del adolescente se relata en los capítulos impares y en los pares la historia del Nakata. Y es a partir de un suceso violento que las vidas  de ambos personajes colisionan inevitablemente.  

Paprika – Yasutaka Tsutsui: dentro de las novelas japonesas, no hay mucha ciencia ficción conocida, parece ser que ese aspecto queda relegado al manga y animé, por eso es imprescindible acceder a la lectura de Paprika de Yasutaka Tsutsui. La novela se sitúa en un futuro hiper tecnológico y avanzado en el cual las terapias psiquiátricas se trabajan a partir del ingreso a los sueños de los pacientes con la finalidad de trabajar sus traumas desde el inconsciente. Pero todo se torna oscuro a partir de la aparición de un nuevo dispositivo de psicoterapia que es robado, permitiendo al ladrón ingresar en los sueños de sus víctimas y controlar sus mentes. Dicha novela fue llevada al cine gracias al director de animación Satoshi Kon. 

Kitchen – Banana Yoshimoto: una de las novelas japonesas más recomendadas de los últimos tiempos. Es la primera novela de la autora, Banana Yoshimoto, y una de las mejores, según la opinión de los lectores. 

El libro se divide en la novela Kitchen y el cuento “Moonlight Shadow”. Ambos retratan la pérdida de los seres queridos y la capacidad de los personajes de superar la tristeza a partir del amor, amor hacia otras personas o hacia los electrodomésticos. La relación que tenemos con los objetos inanimados puede ser una forma de trabajar nuestros duelos, funcionando como puentes entre lo que permanece en este plano y aquello que ya no existe entre nosotros. 

Confesiones de una máscara – Yukio Mishima: Mishima es un autor que no puede faltar en las recomendaciones sobre novelas japonesas. En este caso tenemos una historia muy controversial para la época en la que fue publicada ya que nos relata la vida de un adolescente que se siente ajeno a la sociedad en la que se encuentra inmerso, física y emocionalmente ya que se siente débil por su contextura física y a su vez se siente sumamente atraído por otro hombre. Estas sensaciones lo llevan a ocultar sus verdaderos deseos, los cuáles irán resurgiendo de a poco, tomando otras formas.   

Kokoro – Natsume Soseki: Kokoro tiene múltiples significados para los japoneses, si bien alude al corazón, no es al órgano físico que bombea sangre, sino que se relaciona al corazón emotivo, a la mente y al espíritu. Es un término difícil de definir, del mismo modo que esta novela de Soseki.

La novela se ubica en el período Meiji y todos los cambios que aquella era significó para Japón: la introducción de occidente, de la modernidad y de sus valores deshumanizantes que amenazaban con la pérdida total de la tradición. El protagonista se siente perdido en el mundo y solo la relación que tiene con ‘Sensei’ es lo que le da sentido a su existencia. 

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Autores

Alejandra Kamiya: «En un cuento cabe todo y cabe muy poquito»

Los últimos dos libros de Alejandra Kamiya tienen títulos de frase larga – frases que forman parte de un cuento– y que como su escritura actúan en el plano concreto y en el metafórico. Los árboles caídos también son el bosque (2015) y El sol mueve la sombra de las cosas quietas (2019) están llenos de cuentos memorables: “Las botas”, “Separados”, “Tan breves como un trébol”, “La casa”, “Tres sillas”, “Un círculo pequeño” y “Desayuno perfecto”, por nombrar algunos.

Precisa, sintética, pero también desmedida cuando el cuento lo pide, su escritura hace ver la acción con claridad en la página y sus historias se mueven en el plano íntimo de las relaciones sin soltarle las riendas a la emoción. Cuentos de atmósfera y personajes que avanzan con modestia hacia el centro de alguna revelación interior.

Hablamos con ella sobre sus cuentos.

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Narrativa Poesía

Tus libros recomendados de Pispear

Abrimos una invitación a que lectores y lectoras de Pispear nos escriban para pedirnos recomendaciones de libros a partir de la encuesta que armamos. A continuación, compartimos algunos intercambios de pedidos y recomendaciones de libros que figuran en nuestro catálogo:

1
Nos pidieron: Novelas y cuentos de autores contemporáneos de literatura japonesa, argentina, inglesa, norteamericana y rusa.

Recomendamos:

2
Nos pidieron: Novelas de autores contemporáneos de literatura latinoamericana.

Recomendamos:

3
Nos pidieron: Ensayos de autores contemporáneos de literatura argentina, latinoamericana, española y norteamericana

Recomendamos:

4.
Nos pidieron: Poesía de autores contemporáneos de Argentina y Latinoamérica

Recomendamos:

5
Nos pidieron: Novelas clásicas de literatura inglesa y norteamericana.
Recomendamos:

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Cuentos

El libro de los seres imaginarios, de Borges y Guerrero

El libro de los seres imaginarios es uno de los tantos libros en colaboración que escribió Borges. En este caso, con Margarita Guerrero, a quien también le dedicó Otras inquisiciones. En Argentina se publicó en 1967 con este título, pero diez años antes había salido en México con el nombre de “Manual de Zoología Fantástica”. Aquí compartimos cuatro cuentos del libro, que abre con el que sigue:

A Bao A Qu

Para contemplar el paisaje más maravilloso del mundo, hay que llegar al último piso de la Torre de la Victoria, en Chitor. Hay ahí una terraza circular que permite dominar todo el horizonte. Una escalera de caracol lleva a la terraza, pero sólo se atreven a subir los no creyentes de la fábula, que dice así:

En la escalera de la Torre de la Victoria, habita desde el principio del tiempo el A Bao A Qu, sensible a los valores de las almas humanas. Vive en estado letárgico, en el primer escalón, y sólo goza de vida consciente cuando alguien sube la escalera. La vibración de la persona que se acerca le infunde vida, y una luz interior se insinúa en él. Al mismo tiempo, su cuerpo y su piel casi traslúcida empiezan a moverse. Cuando alguien asciende la escalera, el A Bao A Qu se coloca casi en los talones del visitante y sube prendiéndose del borde de los escalones curvos y gastados por los pies de generaciones de peregrinos. En cada escalón se intensifica su color, su forma se perfecciona y la luz que irradia es cada vez más brillante. Testimonio de su sensibilidad es el hecho de que sólo logra su forma perfecta en el último escalón, cuando el que sube es un ser evolucionado espiritualmente. De no ser así el A Bao A Qu queda como paralizado antes de llegar, su cuerpo incompleto, su color indefinido y la luz vacilante. El A Bao A Qu sufre cuando no puede formarse totalmente y su queja es un rumor apenas perceptible, semejante al roce de la seda. Pero cuando el hombre o la mujer que lo reviven están llenos de pureza, el A Bao A Qu puede llegar al último escalón, ya completamente formado e irradiando una viva luz azul. Su vuelta a la vida es muy breve, pues al bajar el peregrino, el A Bao A Qu rueda y cae hasta el escalón inicial, donde ya apagado y semejante a una lámina de contornos vagos espera al próximo visitante. Sólo es posible verlo bien cuando llega a la mitad de la escalera, donde la prolongaciones de su cuerpo, que a manera de bracitos lo ayudan a subir, se definen con claridad. Hay quien dice que mira con todo el cuerpo y que el tacto recuerda a la piel del durazno. En el curso de los siglos el A Bao A Qu ha llegado una sola vez a la perfección.

El capitán Burton registra la leyenda del A Bao A Qu en una de las notas de su versión de Las Mil y Una Noches.»

Tres cuentos más

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Cuentos

Dos cuentos de Étienne Verhasselt

Los pasos perdidos es el primer libro de relatos del escritor belga Étienne Verhasselt (Bruselas, 1966) y lo primero que se publica de su obra en Argentina, a través de añosluz editora y con traducción de Ariel Dilon. «Relatos breves, muy breves y un poco más largos», según advierte el subtítulo, pero el punto no está en la extensión sino en la búsqueda de subvertir lo real a partir de una distorsión ínfima o la repetición de un mismo hecho que tienden a lo absurdo y/o lo extraño. Como muestra de la imaginería del libro, van aquí dos relatos: «El cebo» y «Disidencia».

El cebo

Ya se alzaba el alba sobre aquel retirado confín del Iowa profundo. Un Ford Mustang Shelby GT 500 rojo furioso, rutilante, se detuvo en la banquina de la carretera, en medio del bramido ensordecedor de sus 650 caballos. Un tipo de ciudad, bronceado y con el cuerpo trabajado en el gimnasio, empilchado con el último grito en ropa deportiva, salió del bólido, alerta, para ir a extraer del baúl un flamante equipo de buceo. Se desvistió prestamente, se enfundó en su equipo y se zambulló en el campo de trigo, donde desapareció.

No lejos de allí, disimulado entre el follaje de un roble, alguien no se había perdido detalle de aquella escena. Era el viejo Al, el dueño del campo: bolsita de tabaco mascado y remascado, overol de jean raído, botas de goma cubiertas de barro, un cuello de toro, puños como dos mazos, a pesar de su edad aquel campesino seguía siendo una verdadera fuerza de la naturaleza. Era, además, el perfecto sosía de su ídolo, otro nativo de Iowa, ilustre: John Wayne. El viejo Al había llegado un poco más temprano, sabía que uno de esos tarados de la ciudad vendría, como de costumbre, en el correr del fin de semana. En cuanto este se hubo zambullido desde la carretera, el campesino dejó discretamente el observatorio improvisado en el árbol y subió a la piragua, donde ya estaban acomodados su arpón y su morral. Un puñado de golpes de remo y el pequeño esquife se deslizó sin ruido por el inmenso campo. Las espigas, en las que el sol de la madrugada revelaba poco a poco el oro reciente, desfilaban bajo el casco, danzando lentamente, empujadas por la brisa ligera que acababa de alzarse con pereza.

Esta escenografía idílica iba a ser nuevamente el teatro de un crimen atroz. La cara surcada de arrugas del viejo Al irradiaba una felicidad asesina: cazar citadinos, esos cretinos arrogantes y forrados de dinero que venían a divertirse en sus tierras, era su pasatiempo favorito. La piragua proseguía su carrera silenciosa sobre los sembrados de trigo y muy pronto, a pocos metros, el viejo avistó a su víctima que nadaba allá abajo sin sospechar nada. La dejó atrás y detuvo la embarcación algo más lejos, para preparar la trampa. Este era el momento que apreciaba por encima de cualquier otro. Sin prisa, con una meticulosidad casi religiosa, sacó de su morral la vieja caja metálica toda abollada, de la altura de una petaca, y la abrió lentamente. Saboreaba el instante, que anunciaba siempre un trofeo suplementario. En el fondo de la caja, arrugado, descolorido, desgarrado en parte y sin una de sus esquinas, irreconocible, un dólar muy antiguo. Debía de haber sido impreso a comienzos del siglo pasado y seguramente lo habían manoseado los peores facinerosos de los Estados Unidos. Estaba mugriento y apestaba, pero era el mejor cebo que conocía el campesino para esta caza tan particular. Con precaución, posó el dólar sobre la superficie del campo y lo hizo ondular con los trigos. Solo le restaba esperar.

El truco del dólar era de su invención, una idea genial, técnica imbatible que siempre cobraba su presa. “¡Cien contra uno que este caerá en la canasta, como los otros!”, se ahogó de risa el viejo Al. En efecto, el buceador no tardó en modificar su trayectoria, guiado por la codicia. Muy pronto estuvo a no más de unos pocos metros del cebo. El anciano recogió el arpón y se mantuvo en posición, preparado. El buceador ya iniciaba su ascenso y, al emerger del trigal, se encontró nariz con nariz frente al cautivante billete. Al instante, el arpón le atravesó el cráneo de parte a parte, y entregó el alma. Siempre el mismo juego de niños con estos buceadores, ¡pero arponear al piloto de una moto de agua o a un surfista era algo bien diferente! El campesino recuperó el precioso cebo, que retornó a la caja abollada, y con un solo movimiento, sin esfuerzo, izó el cadáver dentro de la piragua, como si se tratara de una brizna de paja. Erguido en toda su estatura imponente, con las manos sobre las caderas, escupió su jugo de tabaco y contempló el paisaje que se extendía a su alrededor, hasta donde llegaba la vista. Era uno de los últimos días de la primavera y el sol, suave todavía en esta estación, subía tranquilamente en un cielo inmaculado, de un azul espléndido. En los árboles y en los matorrales, un poco aquí y allá, los pájaros habían comenzado a cantar alegremente. Iba a ser un magnífico día.

Al pensó en su granja, en sus animales, en sus tierras, lo emocionaba la idea de ese patrimonio de belleza que protegía y que se transmitía fielmente, en la familia, de generación en generación. Se quedó pensativo un momento más, antes de recordar que lo estaban esperando en la granja, donde nunca faltaba un trabajo duro por hacer. Ya era hora de que regresara. Lleno de ímpetu, se puso de inmediato en camino.

Unos minutos más tarde, la voz potente del viejo Al resonaba a través de los campos: «¡Mi Dios bendito, qué bien se está en el país!»

Disidencia

En los colosales archivos de la KGB, los servicios secretos soviéticos, bajo la referencia SQR.254.KL.333, se hallaba una colección de expedientes relativos a casos curiosos. He aquí uno de ellos. Piotr Z., oscuro empleado del ministerio de Asuntos exteriores, de cuarenta y dos años de edad, soltero y que vivía solo, adoptó, de la noche a la mañana, un comportamiento de lo más insólito. La noche del 3 de septiembre de 1956, mientras dormía, se levantó sin hacer ruido, para no despertarse, y salió de la habitación en puntas de pie. Dio la vuelta a su minúsculo tres ambientes, examinó suspirando su magro contenido, y volvió a acostarse. Al día siguiente, se reprodujo la misma escena, pero esta vez Piotr Z. sustrajo su despertador. Privado de este tan útil objeto, llegó tarde al trabajo y fue severamente amonestado por su jefe. Compró otro despertador, regresó a su casa, cenó, leyó el diario, se duchó y se fue a la cama. Tan pronto como se durmió, abrió prudentemente un ojo, luego el otro, se deslizó fuera de la cama en silencio y fue a robar su único par de zapatos. Sonó su nuevo despertador, pero tuvo que dirigirse a su trabajo en calcetines. Fue severamente amonestado por su jefe y se compró otro par de zapatos. A la noche siguiente, simuló dormir y, para no despertar sus propias sospechas, abandonó la habitación con los ojos cerrados. Esta vez quemó un expediente urgente que había traído del trabajo y volvió a acostarse lo más discretamente posible. El nuevo despertador sonó, se puso su nuevo par de zapatos, pero fue severamente amonestado por su jefe: ¿¡dónde estaba el expediente!? El nuevo despertador sonó una vez más, se puso su nuevo par de zapatos, pero se sorprendió de encontrar en la cocina su viejo despertador. Llegó al trabajo puntual, le ofreció a su jefe el nuevo despertador a manera de excusa por el expediente desaparecido, pero fue severamente amonestado: ¡llegaba tarde y regalaba despertadores! A la noche siguiente, se levantó para satisfacer una necesidad apremiante y se sorprendió saqueando sus propios bolsillos. Hubo una violenta trifulca entre sí, y cayeron los dos knock out. A la madrugada, el nuevo despertador hizo su trabajo y Piotr Z. salió de la inconsciencia. Con sus nuevos zapatos, y sin llevar el nuevo despertador, llegó a tiempo al trabajo, pero se presentó con un ojo negro y un labio hinchado. Fue severamente amonestado por su jefe: ¡dónde se ha visto ir a trabajar con semejante cara! Esa noche, se acostó temprano y se durmió enseguida. Esta vez, después de haber reflexionado largamente, se levantó sin precaución e hizo un alboroto de todos los diablos en el departamento: la radio sonó a todo volumen, el despertador sonó sin interrupción, las puertas se cerraron de golpe, cantó a voz en cuello, los vecinos gritaron exasperados, todo ello sin resultado, ya que él continuaba durmiendo, como si nada. Entonces, Piotr Z. puso fin a todo ese alboroto y se sentó en el borde de su cama. Impotente, se contempló dormido. Lo había intentado todo, pero en vano. Resignado, reemplazó el nuevo despertador por el viejo, los nuevos zapatos por los viejos y pensó que en pocos días las huellas de la lucha habrían desaparecido completamente de su rostro. Estaba triste, profundamente triste, pues no podía sino constatar que llevaría su vida indefinidamente de la misma manera: sin opciones, sin combates, sin deseos, sin él. Iba a volver a acostarse, cuando tuvo una última idea: hizo una llamada, pidió con el oficial de guardia y le dijo todo lo que había estado guardando en su corazón. Algunas horas más tarde sonó el viejo despertador, pero Piotr Z. ya no estaba ahí. Se lo había llevado la policía secreta, sin que él entendiera por qué.

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Narrativa argentina

Rebobinando -Hilario González

Rebobinando es el primer libro de Hilario González. Reúne siete cuentos en los que la acción se desencadena a partir de una espera. Personas que por algún motivo empiezan a quedarse afuera del mundo útil, como el abuelo que llevan a internar en «El imán» o el pibe que se accidenta montado a su moto en «Hospital Fernández». Analítico, hiperbólico y descarnado, el libro se mueve en el borde donde lo real puede volverse raro en un segundo, como en el brillante “Arroyo de los Huesos”.

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Autores

Dos cuentos de Mario Levrero

Mario Levrero es uno de tantos escritores que dio a conocer su obra con un seudónimo. Nacido (1940) y muerto (2004) en Montevideo, su nombre era Jorge Varlotta. Su obra es varia y llena de sorpresas: libros de cuentos, novelas, historietas y un manual de parapsicología, disciplina que conocía a fondo. Su libro de cuentos, La máquina de pensar en Gladys, fue publicado en 1970 por la editorial Tierra Nueva y reeditado en 1995 por el sello Arca y ahora por la linda Criatura Editora. Publicamos para que lo conozcas, los cuentos que abren y que cierran el libro, un espejo deforme el uno del otro.

La máquina de pensar en Gladys

Antes de acostarme hice la diaria recorrida por la casa, para controlar que todo estuviera en orden; la ventana del baño chico, al fondo, estaba abierta –para que durante la noche se secara la camisa de poliéster que me pondría al día siguiente–; cerré la puerta (para evitar corrientes de aire); en la cocina, la canilla de la pileta goteaba y la apreté, la ventana estaba abierta y la dejé así –cerrando la persiana–; la lata de la basura ya había sido sacada fuera, las tres llaves de la cocina eléctrica estaban en cero, la perilla de control de la heladera marcaba 3 (refrigeración suave) y la botella empezada de agua mineral tenía puesto el tapón hermético, de plástico; en el comedor, el gran reloj tenía cuerda para algunos días más y la mesa había sido levantada; en la biblioteca debí apagar el amplificador, que alguien había dejado encendido, pero el tocadisco se había apagado en forma automática; el cenicero del sillón había sido vaciado; la máquina de pensar en Gladys estaba enchufada y producía el suave ronroneo habitual; la ventanita alta que da al pozo de aire estaba abierta, y el humo de los cigarrillos del día se escapaba, lentamente, por ella; cerré la puerta; en el living hallé una colilla en el suelo; la deposité en el cenicero de pie, que la sirvienta se ocupa de vaciar por las mañanas; en mi dormitorio le di cuerda al despertador, comprobando que la hora que indicaba coincidía con la del reloj pulsera en mi muñeca, y lo puse para que sonara media hora más tarde a la mañana siguiente (porque había decidido suprimir el baño; me sentía un poco resfriado); me acosté y apagué la luz.

Por la madrugada desperté inquieto, un ruido desacostumbrado me había producido un sobresalto; me ovillé en la cama y me cubrí con las almohadas y me puse las manos en la nuca y esperé el final de todo aquello con los nervios en tensión: la casa se estaba derrumbando.

Foto: Eduardo Abel Giménez

La máquina de pensar en Gladys (negativo)

Antes de acostarme hago la diaria recorrida por la casa, para controlar que todo esté en orden; la ventana del baño chico, al fondo, está cerrada, y el caballo degollado continúa pudriéndose en la bañera; cierro la puerta, para que el olor no llegue al dormitorio de mi cuñado; en la cocina, la canilla está cerrada y la abro, apenas para que gotee; la ventana está abierta y por ella entran el aire frío de la noche y las gruesas enredaderas del jardín; en la lata de la basura y a su alrededor continúan amontonándose cáscaras de banana, y yerba; en la botella quedan restos de vino tinto, veo que hay moscas flotando, muertas y vivas; el reloj del comedor, cuando yo enciendo la luz, comienza a tocar las doce campanadas y se abre la ventanita del cucú y sale la enorme serpiente, se descuelga interminable hacia el piso y desaparece bajo el aparador; sobre la mesa, los restos del festín, las manchas de vino en el mantel, la bombacha rosada de la mujer gorda y un cabo del habano, encendido aún, del inglés calvo; en la biblioteca todo está en silencio, el desconocido, de espaldas a mí, lee en la oscuridad –y cuando pienso en él me corre un frío por 1a espalda–; la ventanita alta que da al pozo de aire está abierta, y se escucha el rugido del mar y los gritos de los pescadores nocturnos; el living está lleno de gente, hombres y mujeres, dispuestos uno junto a otro, de cara a la pared, los brazos en alto; entro al dormitorio y encuentro en mi cama a la mujer, desnuda; promete despertarme mañana a la hora de siempre; extraigo del cajón de la mesa de luz centenares de paquees de preservativos, lleno con ellos los bolsillos del piyama, y entro al ropero y cierro la puerta desde adentro.

Por la madrugada me despierto tiritando, alguien ha abierto la ventanita del ropero y tengo fiebre, estoy bañado en sudor y me duele el ojo izquierdo, pido a gritos un médico o una ambulancia, pero estoy en medio de un campo desolado y no hay quien escuche mis gritos.

Otros títulos del autor en Pispear:
El alma de Gardel – Mario Levrero
Cuentos Cansados – Mario Levrero + ilustraciones de Diego Bianki
Manual de Parapsicología – Mario Levrero
Conversaciones con Mario Levrero – Pablo Silvio Olazábal
Correspondencia – Mario Levrero y Francisco Gandolfo
Historietas reunidas – Jorge Varlotta

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Narrativa Norteamericana

Sobre el duelo – Chimamanda Ngozi Adichie

Sobre el duelo se lee en un rato. Es un librito dividido en 30 capítulos que cuenta la muerte del padre de la narradora. O para ser más exactos: el tsunami emocional que atraviesa desde que se entera de la noticia hasta que empieza a (como se dice ahora) soltarlo. El libro es honesto, seco y reflexivo en el enfoque de un proceso de dolor que, por más que se quiera intelectualizar, es sobre todo físico.

Un ingrediente adicional de incertidumbre es que la muerte sucedió en pandemia. Mientras su padre expiraba a los 84 años en un hospital de Abba, una aldea de Nigeria, la escritora Chimamanda Ngozi Adichie (1977) estaba en Estados Unidos donde reside hace años. A través de su relato, conocemos a este matemático célebre en su país, ecuánime y afectuoso con los suyos, perteneciente a la cultura igbo del sudeste nigeriano, que solo permite el funeral de uno de sus miembros con todos sus hijos presentes. La apertura y cierre de aeropuertos postergan el adiós definitivo.

“Como siempre he querido tanto a mi padre, con tanto fervor, con tanta ternura, en el fondo siempre he temido este día. Pero, confiada por su relativa buena salud, pensé que teníamos tiempo. Pensé que todavía no tocaba. «Estaba seguro de que papá cumpliría los noventa», dice mi hermano Kene. Todos lo estábamos. Quizá también pensábamos, irracionalmente, que su bondad, el ser tan buena gente, lo mantendría con nosotros hasta pasados los noventa años.”

Otros libros de la autora: las novelas Americanah, La flor púrpura y Medio sol amarillo; los cuentos de Algo alrededor de tu cuello y el ensayo Todos deberíamos ser feministas.

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Narrativa Norteamericana

Para ser escritor – Dorothea Brande

por Alejandro Güerri

Los libros que tratan sobre el oficio o arte de escribir corren con una gran ventaja: tienen un lector muy definido: alguien que quiere practicar la escritura, que ya lo hace o que alguna vez lo hizo. Cualquiera sea el caso, esta clase particular de libros que cabalgan entre el ensayo, el consejo y el cuaderno de ejercicios, tienen el don de interpelar a su lector, activando la práctica o la duda.

“Para ser escritor”, de Dorothea Brande (1898-1943), fue publicado en 1934. Esa marca temporal se percibe en la mención a las máquinas de escribir, al papel conveniente para usar, y a las teorías de Freud que empezaban a filtrarse en las obras de la literatura anglosajona (los poemas de Auden, por ejemplo). Y es sobre el eje consciente/inconsciente que Brande engarza las perlas de su planteo del escritor como un ser dual (¡y hasta triple!). A partir de esa máxima, avanza en aflojar la mano y destrabar al inconsciente (agente principal de la ficción) con ejercicios simples. Escribir al despertar y escribir 15 minutos por día. Suspender el juicio hasta nuevo aviso. De no ser posible, Brande habla de bloqueo y tira puntas para salir de ese rincón del ring mental.

El libro sintetiza la experiencia de la autora norteamericana dando clases de escritura en los años 20. Y está lleno de sutilezas y observaciones agudas sobre el acto de escribir y los procesos psíquicos que se ponen en juego. Algunas propuestas: leer a escritores admirados, descifrar cómo arman sus frases y replicarlas con contenido propio. El efecto de una lectura reciente en los textos que escribimos a posteriori.

Hay más: una estructura clara de 17 capítulos con títulos como “Aprender a ver de nuevo”, “Las ventajas de la duplicidad” y “La recreación del escritor”, subdivididos en pequeños párrafos también con títulos entradores. Y sobre todo, una visión alentadora y estimulante para cualquiera que abra el libro y lo lea.

Dorothea Brande fue editora de The American Review. Su novela “Wake up and Live” fue llevada al cine en 1937. Publicado por China Editora, “Para ser escritor” es el segundo libro del sello destinado al tema, antes editaron el “Cómo escribir. Consejos sobre escritura”.

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Editoriales

Entrevista a Maximiliano Masuelli de Iván Rosado

Hablamos con Maximiliano Masuello  uno de los creadores de Editorial Iván Rosado, en su local de Córdoba y Callao (Rosario), cuya decoración es como una continuidad de sus libros.

Junto con Ana Wandzik, llevan adelante este sello editorial que se distingue por combinar literatura y artes plásticas en dosis bien parejas. Tapas reconocibles con obras de artistas, libros sobre arte y más cruces donde las fronteras se borran.

El catálogo, que ya cuenta con 110 títulos publicados, tiene tres colecciones: Maravillosa Energía Universal, que son libros de artistas argentinos contemporáneos o del siglo XX; Selecciones Iván Rosado, que reúne literatura sin distinción de géneros ni épocas; y la Colección Brillo de poesía joven, todos primeros libros.

10 títulos de Editorial Iván Rosado

La epilepsia del cielo – Joris Karl Huysmans
Poemas de los 20 en los 80 – Rosario Bléfari
Correspondencia – Mario Levrero y Francisco Gandolfo
Un filósofo – César Aira
La inocencia – Marina Yuszczuk
La escultura – Sergio Bizzio 
Alborada del Canto – Beatriz Vallejos
Árbol solo – Beatriz Vignoli 
Mayo del 68 – Edgardo Zotto
El año de Stevenson – Elvio E. Gandolfo

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Libros

Los miserables – Víctor Hugo

por Yamid Zuluaga de @contratapaspodcast

En literatura, al igual que en todas las formas de artes, hay obras que están llamadas a ser eternas, absolutas; que abarcan la humanidad entera en espacio y tiempo. Los miserables, de Víctor Hugo, cumple estos requisitos. Será porque con una profunda sensibilidad describe, con precisión, sentimientos colectivos como la angustia, el dolor, el amor o el prejuicio; circunstancias inacabables como la pobreza, el engaño, la persecución o la soberbia. Qué existencia no habrá recorrido estos turbios y oscuros caminos.

Así, Jean Valjean es un protagonista que idealiza una altura inigualable. Quién no quisiera sufrir de una manera tan impecable y justa su tragedia. Encerrado en la cárcel por robar pan para su familia, emerge en esta novela como el ejemplo vital de que elegir el camino recto es requisito para tener un corazón libre, una mente sin arrepentimientos. En medio del desastre, se alza como la metáfora del sacrificio divino.

“El culpable no es quien comete el pecado, sino el que causa la oscuridad.” Víctor Hugo

Por su parte, el inspector Javert es la representación de una justicia plena, pero inflexible como una barra de hierro. Una rectitud que no da lugar a la humanidad que muestran su imperfección y sus buenas intenciones. Su obsesión por atrapar a Jean lo convierte en un ser que no sabe dividir entre lo posible y lo justo, entre acciones justificadas y la maldad desmedida. Su imperativo es la ley, pero una ley que parece no tener inteligencia, terca y absurda a rajatabla.

Fantine es el idilio, la pureza, la fina seda en un mundo que sería horrible a no ser por la protección que le brinda Valjean, y en el que los dos ganan: ella evita la cruda realidad a la que estaba destinada y él esparce el amor que a nada pudo otorgarle en el pasado.

Y como si el gran valor narrativo y la exquisita clase magistral que sobre la naturaleza humana nos brinda Los miserables, también tiene la generosidad este escritor del siglo XIX de darnos un detallado paseo por París, una ciudad que todos hemos vivido, al menos culturalmente. Más de 1000 páginas de un libro que son todo.

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Poesía

Carla Chinski presenta «Canciones de cuna para mi madre»

Carla Chinski (Buenos Aires, 1995) presenta y lee partes de “Canciones de cuna para mi madre”, su primer libro, un poemario tan directo como crudo, tierno en su dureza, con una escena central que se repite con variaciones: la de una hija que vela por la salud de su mamá al pie de la cama en el hospital.

Conmovedor, con un estilo quirúrgico que no le suelta las riendas a la emoción, a través del libro la relación madre e hija se desanda y se desarma a causa de la enfermedad que invierte los roles: es la hija la que brinda cuidados, la que arrulla.

Casi todos los poemas empiezan con el mismo verso, preanuncio del final inminente: “Mi madre no está muerta pero”. Curiosamente, el duelo que se canta es también una prolongación de la vida, al menos en el papel.

Mi madre no está muerta pero
ya no puede caminar.
Pronto le sacarán
la otra cadera también
y en su lugar vendrá
una bola de metal
inserta en el hueso.
Quiero mantener el espacio
que su cuerpo ocupe,
cultivar el pie de su cama
como un jardín budista,
rastrillando las piedras
para calmar el vacío.
Los mecanismos
siguen funcionando,
es una vieja historia:
algo entra, algo se va, y algo queda.
Caminar no es para tontos,
es el acto más delicado
que pueda existir.
En ese acto está la historia
de una persona
o al menos la vida de mi madre:
el cuerpo no quiere levantarse
pero ella no ha terminado,
y en esa paradoja
se encuentra esta noche.

Publicado por Llantén Editorial.  

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Narrativa argentina

El ejercicio de perder – Haidu Kowsky

Elías se crió al cuidado de su abuela Bobe en un Boedo arrasado por la dictadura militar. Y en ese contexto, cercado de pobreza y violencia, fue creciendo al amparo de las leyes del descampado y las enseñanzas de su abuela sobre su pasado en la Shoá.  Y así fue que Elías se convirtió en el “Polaco”, un sicario profesional encargado de perseguir ludópatas para cobrarles sus deudas, que descubre la añorada Polonia de su Bobe. Antes comprobará cómo se derrumban sus estándares amorosos ante Aura, una adolescente que le fue entregada en pago de una deuda millonaria. 

publicada por @odeliaeditora
diseño de tapa: @che.ca.dg

#narrativaargentina #novelaargentina #literaturaargentina #pispearlibros #quelaliteraturanotefalte #lectura #novela #leer #haidukowski #pasenylean 

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Narrativa Norteamericana

Stoner, John Williams

por Mariano Carrara 

Una novela descomunal hecha de casi nada. Cuatro hachazos de bestial sutileza moldean el retrato -íntimo, profundo, inusual- de un hombre que casi sin moverse, recorre sus años indagando en el misterio de los vínculos y la naturaleza humana. Sin proponérselo y sin ninguna pretensión de arribar a una certeza.

Condenado a una vida de agricultor humilde en el medio oeste norteamericano de principios de siglo XX, este joven hijo de la tierra atestiguará, atónito, cómo cambia su destino cuando se entrega a la académica pasión de la literatura.

              -¿Acaso no lo sabe, señor Stoner? –preguntó Sloane-. ¿Aún no se comprende a sí mismo? Usted será profesor.
             De pronto Sloane pareció estar a gran distancia, y las paredes de la oficina se alejaron. Stoner se sintió suspendido en el aire, y se oyó pregunta:
              -¿Está seguro?
              -Estoy Seguro –murmuró Sloane.
              -¿Cómo lo sabe? ¿Cómo puede estar seguro?
              -Es amor, señor Stoner –dijo jovialmente Sloane-. Usted está enamorado. Es así de sencillo.

La pertenencia, el amor, la amistad, la soledad omnipresente, la honestidad, el desamparo. Y la literatura, claro, como único refugio de una vida a la intemperie.

William Stoner –personaje tan anodino como inolvidable- conmueve de una manera irreparable.

En la biblioteca universal de novelas contemporáneas prestigiosas hay un estante poblado de soberbias obras de soberbios escritores. Stoner no figura ahí, sino en otro estante, no tan poblado, donde se acomodan las obras maestras.

Publicado por Fiordo Editorial

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Libros

Epígrafes

por Alejandro Güerri

Los epígrafes son un puente entre el libro que estamos por leer y uno anterior. Ponen en evidencia alguna lectura que el/la autor/a relaciona con su texto y hacen foco en una zona de sentido como una linterna que alumbra un altillo. También puede primar el capricho o la fascinación con una frase. Hay escritorxs que abundan y ponen tres o cuatro al comienzo del libro y un par más cada vez que empieza un capítulo. Están quienes eligen uno contundente y a otra cosa. O quienes prefieren evitarlo y no dejar huellas de sus lecturas. Tal vez porque los epígrafes provocan un encuentro también se los llama citas o con ese otro nombre antipático que es acápite.

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Editoriales

Entrevista a Andrés Beláustegui de Cía. Naviera Ilimitada

Hablamos con Andrés Beláustegui, uno de los editores de Cía. Naviera Ilimitada. Desde mayo de 2018, junto a Claudia Arce, pusieron a rodar este sello editorial que publica libros de ficción y no ficción, enfocado en la producción de autores y autoras contemporáneas, tanto de Argentina como del resto del mundo.

En su catálogo se pueden encontrar libros de narrativa y ensayos de autor. Bajo el manto de la Cía. Naviera Ilimitada, conviven novelas de la autora sueca Tove Jansson y el inglés Alex Pheby con cuentos de la argentina Mariana Sández, y ensayos de J. P. Zooey y Kurt Vonnegut.

En cuanto al diseño, Andrés nos cuenta la historia del logo y que hay ciertas constantes que se mantienen en los libros de la editorial. Tapas tipográficas para los de no ficción, tapas con ilustración para los de narrativa. Todas con laminado mate, laca sectorizada, y matrices gráficas en los retiros de tapa y contratapa.

Con más de 15 años de trabajo en el rubro, Andrés asegura con pasión que “no sé hacer otra cosa, no quiero hacer otra cosa”. Los libros, agradecidos que así sea.

5 LIBROS PARA DESCUBRIR CÍA. NAVIERA ILIMITADA

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Narrativa inglesa

Insomnio, Marina Benjamin

por Alejandro Güerri

¿Quién no pasó una madrugada en vela, a oscuras en su cuarto, saltando de un pensamiento a otro sin poder dormir? Cuando ese hecho aislado se vuelve recurrente, el día y la noche se trastocan por completo. A primera vista, “Insomnio” de Marina Benjamin (Londres, 1964) se trata de eso, del padecimiento personal de la autora provocado por la falta del sueño nocturno y su intento de resolver el asunto. Ni ensayo ni novela, mezcla ingredientes de las dos. A lo largo del libro, se pueden seguir la historia de amor con su pareja, Zzz (desde que se conocen y se van a vivir juntos hasta el presente con un hijo púber), las técnicas para vencer al insomnio (pastillas, curas de sueño, meditaciones, raíces naturales), y reflexiones con información muy precisa sobre el tema (que van desde la mitología griega, Freud, Jung, Thoreau, “Las mil y una noches”, científicos que estudiaron el sueño, poetas y pintores que crearon obras en largas noches de desvelo). “Insomnio” es uno de esos libros donde se pescan datos interesantes, desconocidos. Su mayor virtud pasa por su forma de contar fragmentaria que reproduce ese pensar a los saltos de la cabeza acelerada del/a insomne.

“Otras veces te vuelves sumamente consciente de la manera particular en que tu cabeza asoma del cubrecama y enfrenta el aire incierto de la noche. Tu aliento se escapa en exhalaciones cálidas hacia un vacío que te resulta inaprehensible y que no ofrece resistencia. Sin embargo, tienes una noción tan dolorosamente aguda del espacio exacto que ocupa tu cabeza, de los puntos de presión que actúan sobre ella, del lugar donde deposita su peso en la almohada y donde roza el borde de la sábana, que es como si todo tu ser residiera en tu cráneo.”

Publicado por Chai Editora

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Poesía

Poesía popular argentina, Vicente Luy

por Alejandro Güerri

El título de esta antología personal de Vicente Luy (1961-2012) tiene el poder de síntesis de una frase escrita para buscadores. Con poemas de sus libros publicados hasta 2008 y algunos inéditos, el escritor cordobés delimitó el territorio y el alcance de su poética, lo que te vas a encontrar si buceás en sus versos: “Poesía popular argentina”.

✍Poesía porque conoce el paño. Se mueve cómodo entre líneas cortas, muy cortas y muy largas. Maneja tonos y estilos distintos. Atenta contra el sentido común. Rompe lo formal de las reglas. Y remata sin miramientos cuando le queda flotando frente a la red. 

⚽ “Popular” porque nombra personajes de la política, el fútbol y la farándula de la época. Uno de sus libros se llamó “Vicente le habla al pueblo”. Religión y sexualidad están presentes como conflicto y anhelo: Dios y porno, trascendencia y chabacanería.  Tiene poemas directos como un grafiti, un chiste o un eslogan. Cruel y sensible como Arlt. Dejó estribillos virales. 

🇦🇷 “Argentina” porque (salvo excepciones) habla de vos y a destinatarios concretos como Olga, el flaco Silva, Tere, el negro Cros. Pesca las palabras que se dicen en la calle y en las charlas y las trae a poemas donde se “matea”. Tiene algo de pendenciero y díscolo (a veces arrepentido). Hace un culto de su gente y su geografía.

“Poesía popular argentina” es también un legado: lo que deja una voz que se incendia rápido. Su último libro en vida. En la edición de Añosluz Editora se destacan las páginas negras con ilustraciones y tipografía en blanco para ciertos poemas, el dossier de fotos final donde se le ven la cara y las expresiones a Luy.

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Autores

Alejandro Chomski presenta «El libro del desvarío humano»

Alejandro Chomski, director de cine con siete películas estrenadas y una en gateras, habla de su primer libro, titulado “El libro del desvarío humano”, lee uno de los capítulos de oso capítulos que lo componen, donde cuenta su relación con Adolfo Bioy Casares.

Publicado por @caletaoliviapoesia, “El libro del desvarío humano” reúne 65 anécdotas personales donde el denominador común es el reconocimiento (por parte del narrador) de haberse mandado una cagada. Vale decir, un error garrafal que provoca vergüenza o risa, y puede ser el preámbulo de grandes relaciones o el detonante que rompe vínculos. Así, los distintos momentos de la vida se mezclan de una historia a la otra, sin que la línea de tiempo sea cronológica. En eso el libro es muy cinematográfico, y en su adopción de diferentes personas narrativas y puntos de vista, y en el tratamiento de los diálogos.

Otro tema que, en la superficie, atraviesa «El libro del desvarío humano» tiene que ver con el reconocimiento, ya sea el anhelo de ser reconocido por los demás, o el de estar con personas reconocidas en lo suyo. Así desfilan en el libro Julie Delpy, Jim Jarmusch, un productor de Fellini, Paul Auster, personas a quien @alechomski conoció de primera mano. Pero en el fondo el recorrido del narrador es hacia dentro. Por eso, en ese repaso de episodios de la infancia, la adolescencia, la juventud, y la adultez, saca en limpio un nuevo yo capaz de reconocerse que encuentra motivos de regocijo en la amistad, en la paternidad y en cualquier acto creativo, donde poder desplegar con libertad el mundo imaginario propio.

Alejandro Chomski dirigió estas : “Hoy y mañana” (2003); “Feel the noise” (2007), protagonizada por Jennifer López; “A beautiful life” (2009); “Dormir al sol” (2012) basada en la novela de Adolfo Bioy Casares; “Maldito seas Waterfall (2015); y los documentales “Una noche con Charly García – Existir sin vos” (2014) y “Alek” (2016) sobre un viaje a Rusia con su abuelo polaco. Pronto se estrenará “El país de las últimas cosas”, basado en esa novela de Paul Auster, quien co-escribió el guión con Chomski.

Publicado por Caleta Olivia, este es el primer libro de Alejandro Chomski.
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Narrativa argentina

Las malas, Camila Sosa Villada

Leer un libro comprende, casi siempre, el aprendizaje de algo. A veces no nos damos cuenta de ese nuevo conocimiento, otras, sin dudas, te sacude y te lo transmite. «Las malas» de Camila Sosa Villada integra ese círculo acotado de la lectura, el que te despabila. Es un llamado, un latigazo de atención para todxs, que nos interpela como seres humanos, que nos ayuda a ser mejores personas.

«Pasaré muchas noches reza que reza, para que al despertar la vida sea otra, para que mañana sea diferente. Al comienzo rezo para cambiar, para ser como ellos quieren. Pero a medida que me interno en esa fe cada vez mayor, empiezo a rezar para despertarme al otro día convertida en la mujer que quiero ser. En la mujer que siento dentro de mí con tanta franqueza que las horas se me van rezando por ella. Cuando me enamoro de mis compañeritos de escuela, rezo para que me vean como una nena. Cuando comienzo a florecer, rezo para que las tetas me crezcan durante la noche, para que mis padres me perdonen, para que me nazca una vagina entre las piernas. Pero no. Entre las piernas tengo un cuchillo.»

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Libros

Sobre libros usados, leídos, escritos, vividos

por Alejandro Güerri

Aplicada a libros, la palabra “usados” tiene algo raro. Si bien es cierto que hay un uso que impacta en el objeto a partir del manoseo y el ir y venir (de la mochila o cartera a la mesa de luz, de la playa a la habitación), podrían sugerirse otras clases de adjetivos para acompañar a esa especie particular de libros cuya condición es que le hayan pertenecido previamente a alguien.

Por ejemplo, si los Libros usados se llamaran Libros leídos le harían justicia poética a esas marcas y subrayados que a veces traen donde se ve la huella de una lectura anterior, en general de una persona desconocida. O Libros escritos, tal vez. Lo usado tiene algo de trapo viejo, de cosa desechada, y en general la potencia del libro está menos en el “estado” del soporte que en el color de la escritura o la belleza de una historia que es siempre nueva para quien la empieza.

Otra variante sería llamarlos Libros personalizados cuando se da el hallazgo de comprar uno que viene con una dedicatoria o simplemente la firma y el año en que lo aquerenció su primer dueño. O Libros vividos, porque quien los leyó, suele recordar dónde y cuándo se entregó a esas páginas, incluso años después de haberlo hecho.

Hay varios libros leídos, escritos, personalizados, vividos en el catálogo de Pispear. En su mayoría forman parte de nuestras bibliotecas, también llegaron otros de amigos solidarios. Son los ladrillos que no están para seguir en la pared. Quieren emigrar a otras manos.

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Narrativa argentina

Los árboles caídos también son el bosque, Alejandra Kamiya

Este libro de cuentos de la escritora argentina Alejandra Kamiya, te sumerge, entre otras hermosas historias, en la ceremonia de un desayuno impecable como preludio de una despedida (“Desayuno perfecto”), el reencuentro con un hermano que le revela un momento olvidado de la infancia (“Los nombres”), un soldado japonés contumaz que cumple órdenes sin cuestionamientos (“El pozo”), y dos íntimas amigas arrastradas por las penurias de sus familias (“Los restos del secreto”). Son relatos primordialmente atravesados por la soledad y los silencios, que adquieren un papel trascendental en cada historia, y también por los mandatos sociales y familiares. Doce cuentos narrados de una manera precisa y emotiva, que te acurrucan, te calan y te transportan. “Entrar sin que se note es cuestión de ritmo. Pero entrar en silencio es imposible”. Entrenle a “Los árboles caídos también son el bosque”, porque es uno de esos libros que cuando estás por terminarlos, te generan esa sensación única provocada por el placer de haberlo leído.

Más sobre Alejandra Kamiya
Publicado por editorial Bajo la luna

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Literatura japonesa

Breve historia de la literatura japonesa

por Victoria Cardoso

Al día de hoy parece ser que la literatura japonesa es una de las más solicitadas. Son cada vez más los títulos que se incluyen en los catálogos de librerías y editoriales debido al gran interés que literatura japonesa suscita a nivel mundial.

La literatura japonesa como forma artística.

Como toda forma artística, la literatura japonesa expresa sus orígenes, su cultura, sus formas de pensamiento y su idiosincrasia. La literatura japonesa como tal comienza a desarrollarse luego de la introducción del sistema de escritura chino o kanji. Se podría decir que una de las primeras obras de literatura japonesa fue el Kojiki que data del año 713, crónica que relata la historia del país, su cosmogonía y su mitología.

La literatura japonesa puede dividirse en varias épocas, por ejemplo el período Heian, en donde la literatura japonesa estuvo fuertemente influenciada por la vida palaciega y aristocrática y en donde las mujeres tomaron el rol fundamental como representantes de la literatura japonesa, delineando así una influencia que fue de suma importancia para el posterior desarrollo de la literatura japonesa. Otro de los períodos más interesantes para destacar de la literatura japonesa fue Edo, con un mayor desarrollo urbanístico, el ukiyo-e y toda la filosofía detrás del concepto de “mundo flotante”, el cual refiere a la fugacidad de la vida y a la impermanencia. Es en este período que se desarrolla la poesía Haiku con el más grande representante de la literatura japonesa: Matsuo Bashō.

El desarrollo de la literatura japonesa en los períodos posteriores fue fuertemente influenciado por el contacto con las influencias extranjeras. El contacto con nuevas formas culturales y artísticas impactó fuertemente en la literatura japonesa no solo en el período Meiji sino también en la posguerra, donde autores como Yukio Mishima y Kenzaburō Ōe resultan ser algunos de los máximos representantes de la literatura japonesa en el mundo.  Se dice que actualmente, al igual que en el período Heian, las mujeres están tomando nuevamente el control de la literatura japonesa. Autoras como Banana Yoshimoto o Yoko Ogawa son fuertes voces femeninas que han afirmado su lugar dentro de la literatura japonesa contemporánea.

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Poesía

Una posición propia, de Graciela Cros

por Alejandro Güerri

Conceptualmente adelantado a su tiempo, «Una posición propia” de Graciela Cros son 3 libros en uno. Las dos series de poemas, “Geishas” (1996) y “Siete ángeles españoles” (1999), y las prosas poéticas de “Cantos de la Gaviota Cocinera” (2005).

En el primero habla la voz de una madama experimentada que le recomienda a una geisha joven (o ilusa): “rompe con el mandato” de complacer al amante. En el segundo se puede seguir el deslumbramiento amoroso, el furor y el declive de una relación, a través de poemas que siempre incluyen como nota al pie una cita de escritoras (o personajes femeninos) que trazan una identificación con el devenir de la historia y permiten leer una genealogía: Silvina Ocampo, Idea Vilariño, Katherine Mansfield, Molly Bloom, entre otras. En relación a los otros dos, “Cantos de la Gaviota Cocinera” rompe con los versos cortos y pasa a unas prosas concisas, por momentos confesionales, que empiezan “Soy una dama…”. De uno de estos fragmentos sale la frase que da título al libro.

Por su carácter narrativo y lo filoso de sus versos, “Una posición propia” es ideal para sumergirse en ese género al que tantos le temen o rehúyen: la poesía. 

VI

Sin fuerzas ya
la geisha obediente
se esconde a dormir
entre las altas hierbas
y no puede.

Esos trabajos
que te impones, le digo.
Esos esfuerzos
que haces
para el placer ajeno,
no te dejan soñar.
Terminan
con tus aves.
Dan razón
a la muerte.

Vuélvete ya
contra ti misma. 

Rompe con el mandato:

Prende fuego a tu traje.

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Editoriales

Entrevista a Mariana Alonso de editorial También el caracol

Entrevistamos a Mariana Alonso, la editora de También el caracol, quien nos cuenta cómo nació este sello que publica autores japoneses (inéditos en castellano como Riichi Yokomitsu y  Sakunosoke Oda ) y también narradorxs argentinxs. La colección Bosque de Bambú, dirigida por Miguel Sardenga, se distingue por sus traducciones originales, sus estudios preliminares amenos, y portadillas para cada texto con su año de edición y el título escrito en kanji.

Como detalle de color, es lindo el logo de la editorial con ese caracol que forma un yin y yang. Se nota en sus libros y en cómo comunican la pasión por lo que hacen, el propósito noble que señala su editora «de aportar algo novedoso y bello al mundo». 🐌

5 LIBROS PARA DESCUBRIR TAMBIÉN EL CARACOL

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Literatura japonesa

8 autoras y autores japoneses

por Victoria Cardoso

Adentrarse en la literatura japonesa no es sencillo, la gran cantidad de autores y autoras japonesas es inmensa y las temáticas tan variadas que es prácticamente imposible decidir por dónde empezar. 

Vamos a tratar de abrir un poco el panorama para que la experiencia de acceder a estos autores y autoras japonesas sea lo más enriquecedora posible:

Banana Yoshimoto es una de las autoras más célebres y reconocidas a nivel mundial. Nacida en 1964 en la capital de Japón, ingresa al mundo de las letras con Kitchen, una novela corta que incluye también el cuento titulado “Moonlight shadow”. Tanto la novela como el cuento relatan la pérdida y la soledad y de cómo el amor y la complicidad pueden mitigar la tristeza. 

Algunos otros libros de la autora son: Amrita, N.P y Recuerdos de un callejón sin salida. 

Natsume Soseki es uno de los autores japoneses más conocidos de los últimos tiempos. Nacido en 1867, estudió Lengua Inglesa e impartió clases de inglés en una zona rural de Japón. Luego de casarse, obtuvo una beca para especializarse en inglés en Londres. Esos tres años fueron los peores de su vida, aunque pudo leer a muchos autores occidentales que fueron de gran inspiración. 

Algunas de sus obras más reconocidas son Kokoro, Botchan y Soy un gato

Fue uno de los autores que más pudo representar la inestabilidad que se había generado en la sociedad japonesa a partir de la apertura del país a las potencias occidentales. 

Yoko Ogawa, autora nacida en 1962, estudió Letras en la Universidad de Waseda y posee en la actualidad muchas novelas traducidas a varios idiomas. Una de sus obras más conocidas y ganadora del prestigioso premio Akutagawa es El embarazo de mi hermana, en donde la narradora relata el proceso de embarazo de su hermana mayor con cierta frialdad atemorizante. Otro de los títulos de esta autora que no puede pasar desapercibido es La policía de la memoria. 

Rintaro Takeda nació en 1904 en la prefectura de Osaka y fue un escritor representativo de la literatura proletaria. La editorial argentina También el caracol editó algunos de sus cuentos bajo el título de La ópera japonesa de los tres centavos en donde se relata la crudeza de la marginalidad. 

Sayaka Murata (村田沙耶香) nació en 1979 en Inzai, prefectura de Chiba, Japón. Realizó muchos cursos de escritura durante su juventud, pero lo más llamativo para contar sobre Sayaka es que, al igual que la protagonista de La dependienta, trabajó durante varios años como empleada en un supermercado de Tokio y en el comedor de la editorial que publica sus libros. Ella misma indica que necesita de una rutina estructurada para poder concentrarse en su escritura y que este tipo de empleos le permiten observar a las personas e inspirarse en nuevos temas para sus libros, los cuales abordan temas como los roles de género en la sociedad japonesa, la maternidad y la asexualidad.

Lafcadio Hearn posee una historia de vida muy particular. Si bien su nombre no es japonés, su corazón se instaló en Japón para nunca más irse de allí. 

Hijo de madre griega y padre irlandés, su infancia fue marcada por la tristeza ya que sus padres lo abandonaron a  su suerte en casa de un familiar paterno. Es por eso que desde joven viajó de lugar en lugar, tratando de encontrar un sitio de pertenencia, un hogar. Japón fue para Lafcadio su hogar, y allí, luego de casarse, obtuvo la nacionalidad japonesa y el nombre Koizumi Yakumo. Realizó las primeras traducciones al inglés de los relatos folclóricos japoneses más relevantes, principalmente historias de terror. 

Algunos de sus títulos más conocidos son: Kwaidan, kokoro y la bella edición de La canción del arrozal, editada por También el caracol. Un maravilloso ensayo sobre la importancia de los insectos y otros animales en la poesía y en el arte japonés. 

Kazuo Ishiguro es un prolífico escritor japonés nacido en 1954. De pequeño se mudó con su familia a Londres, donde obtuvo la nacionalidad británica y a pesar de que la mayor parte de su vida la pasó fuera de Japón, sus obras se inspiraron en el ambiente de la posguerra o en los grandes avances tecnológicos, como por ejemplo en su última novela Klara y el sol, que relata la relación entre humanos e inteligencias artificiales. 

Ryu Murakami es un escritor y director de cine nacido en 1952 en la Prefectura de Nagasaki. Su obra más conocida se titula Azul casi transparente y refleja la crudeza y la violencia de la vida de un grupo de adolescentes que están sumamente desinteresados y desilusionados del mundo y de sus propias vidas, lo cual los lleva por un camino de adicciones y de autodestrucción inminente. Otro de los títulos del autor es la novela de suspenso psicológico titulada Sopa de miso. 

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Distribuidoras

Entrevista a Juan Crasci de la distribuidora La Coop

Hablamos con Juan Crasci, uno de los fundadores de La Coop, una distribuidora de sellos independientes que nuclea y reparte los libros publicados por 19 editoriales contemporáneas, entre otras: También el caracol, Añosluz, Bajo la luna, Santos Locos, Alto Pogo, Crackup, FERA, Audisea, Llantén, Nulú Bonsái, Libros de mentira, Sorojchi Editores, Mágicas naranjas, Nudista y Espacio Hudson.

Creador de @aniosluzeditora y de su predecesora la Editorial CILC (Casi incendio la casa), que publicaba libros bonsái de poesía, @jcrasci es el hombre orquesta detrás de la @lacoopeditoriales

En una galería laberíntica de Almagro, mientras conversa con vos, saca libros de los estantes, repone el stock vendido, factura y mete el material en cajas para que los libros salgan a la calle.

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Literatura japonesa

5 libros de escritores japoneses

Un recorrido por la historia de la literatura japonesa con sus escritores más relevantes y libros recomendados

por Victoria Cardoso

Es sabido que actualmente son muchos los escritores japoneses que se encuentran entre los más leídos en el mundo. 

Al preguntar sobre escritores japoneses es imposible no pensar en Yasunari Kawabata, Haruki Murakami, Yukio Mishima, Ryūnosuke Akutagawa y muchos otros autores reconocidos a nivel mundial. 

Para poder dar a conocer una pequeña parte del vasto mundo de escritores japoneses partiremos desde el período Edo, que va desde 1603 a 1868, hasta llegar a la actualidad. 

Qué es el haikú – escritores japoneses

En aquella época se destaca principalmente el género poético conocido como haiku, con varios escritores de renombre como Matsúo Basho (1644-1694), Yosa Buson (1716-1784) y Kobayashi Issa (1763-1827). Muchos de estos escritores japoneses eran también monjes budistas. Había una fuerte relación entre el arte y la religión. 

El haikú es un poema de 17 sílabas repartidas en tres versos: el primero de 5 sílabas, el segundo de 7 y el último de 5. Desde el contenido, suele dividirse en dos partes: una da la condición general de tiempo y espacio (otoño, primavera, atardecer, noche, un árbol, una roca). La otra contiene un elemento activo. Una es descriptiva y casi enunciativa; la otra inesperada. La percepción poética surge del choque entre ambas.

Un viejo estanque:
salta una rana. ¡Zás!
qué chapaleo

Matsúo Basho

Al Fuji subes
despacio –pero subes,
caracolito.

Kobayashi Issa

El período Meiji de la literatura japonesa

Un poco más cerca en el tiempo, están los escritores japoneses del período Meiji, que va de 1868 hasta 1912. Japón abre sus puertas a Occidente luego de haber estado aislado durante años y es a partir de este momento que comienza a haber fuertes contactos entre escritores occidentales y escritores japoneses. Las influencias extranjeras comienzan a permear en la sociedad japonesa afectando en todas las esferas de la vida social. 

En este período los escritores japoneses más influyentes son Mori Ogai y Natsume Soseki. Ambos escritores tuvieron contacto con occidente, Ogai viviendo y estudiando en Alemania y Soseki en Inglaterra. Una de las cosas más interesantes para mencionar sobre este período es que a partir del gran choque cultural que se dio tras la apertura de Japón, los escritores japoneses comenzaron a cuestionar el concepto de novela moderna tal y como era concebida en occidente, generando nuevas formas de expresión artística. 

Otros escritores japoneses que es imposible no mencionar son Ryunosuke Akutagawa, autor de Rashomon que tuvo su versión en cine filmada por Akira Kurosawa, y Junichiro Tanizaki, autor de El elogio de la sombra, siendo ambas obras fundamentales dentro de la literatura japonesa.

El período de posguerra y los escritores japoneses contemporáneos

Respecto al período de posguerra, se destacan escritores japoneses como Yukio Mishima, autor prolífico de novelas, obras de teatro, relatos y ensayos, y Osamu Dazai, cuyas obras reflejan el sentimiento de la derrota y los traumas de la guerra. 

En cuanto a los escritores japoneses contemporáneos, podemos mencionar a Haruki Murakami, que retoma la influencia de la música occidental, principalmente el jazz. Sus obras reflejan el desamor y la soledad, como a la vez los límites difusos entre la fantasía y la realidad. Su hit en español fue Tokyo Blues (1987), pero también se destacan Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1995), Sputnik, mi amor (1999), Kafka en la orilla (2002), After Dark (2004), y 1Q84 (2009). Otras escritoras japonesas destacadas son Banana Yoshimoto con su novela debut Kitchen, y Sayaka Murata con su libro La dependienta.

Tampoco podemos dejar de mencionar a Yasutaka Tsutsui, eminencia de la ciencia ficción, con obras como Paprika y Los hombres salmonela en el planeta porno, entre muchas otras.

A continuación te recomendamos cinco libros de escritores japoneses.

Segundo matrimonio – Yasunari Kawabata

“Cuando nos casamos, yo tenía treinta y cinco y ella veintiocho. Primer matrimonio para mí, el segundo para mi mujer. Con su anterior marido, había tenido dos hijos, que quedaron a cargo de la familia política, pues al enviudar ella abandonó el hogar. Nos conocimos en su trabajo y nos casamos.

No pudimos tener hijos y como me sentía en parte responsable, varias veces le propuse recibir a uno de los suyos (al varón o a la niña, que a mi juicio lo merecía más), pero nunca me prestó atención y yo no insistía pues no era un asunto perentorio”.

Con este comienzo prometedor, arranca esta novelita (102 páginas) de Yasunari Kawabata (1899-1972) que se lee en un suspiro. El conflicto se desata en “Segundo matrimonio” cuando Fusako, la hija de la mujer del narrador, decide casarse, lo cual le dispara indagar en la relación de su madre con su difunto padre. Reavivar esa historia lejana despierta el fantasma de la inquietud y los celos para el narrador, quien también deja entrever una tensión (por momentos sexual) con su hijastra. Como en otros libros de Kawabata, hay un par de momentos contemplativos que le dan un giro a la historia: la visión de un manzano en un templo y el vaivén de las olas.

“Segundo matrimonio” se publicó por entregas en 1948, y recién en 1953 se editó como libro.

La dependienta – Sayaka Murata

Al leer La dependienta de Sayaka Murata (Japón, 1979) , uno siente que puede cuestionarse muchas cosas que son más bien automáticas en nuestro día a día: el trabajo, los vínculos, la mirada del otro sobre nuestras acciones y todas aquellas cosas que hacemos para sentirnos tranquilos (y de vez en cuando felices) en un mundo que no para ni un segundo.

Keiko Furukura tiene 36 años, es soltera y toda su vida sintió que había algo en ella que no encajaba con las demás personas a su alrededor. Se peleaba con sus compañeros del colegio, no se sentía a gusto con las cosas que se suponía que debían gustarles a las chicas de su edad y en muchas ocasiones los demás hablaban de ella como algo que debía ser “curado”. Sin embargo, esa visión que tiene de sí misma comienza a cambiar luego de conseguir trabajo como empleada en una tienda que se encuentra abierta las veinticuatro horas, los trescientos sesenta y cinco días del año:

“Entonces sentí por primera vez que formaba parte del mundo, como si acabara de nacer. Aquel día había surgido una nueva pieza que encajaba con total normalidad entre las demás: yo”.

La novela nos habla, en parte, de lo que significa ser normal y funcional en la sociedad japonesa contemporánea. Y no es cualquier sociedad a la cual pertenecer. Hablamos de una sociedad en la cual las mujeres, al casarse, automáticamente dejan de trabajar para encargarse de sus hijos y de sus hogares. Hablamos de una sociedad en la que los niños cometen suicidio porque desde pequeños tienen que cumplir con una extenuante y rigurosa vida escolar y en donde muchas personas fallecen por el estrés y el excesivo ritmo laboral . En una vorágine similar, es casi imposible dar marcha atrás.

La mejor opción parecería ser reprogramar nuestros circuitos (siempre que sea posible) y salir al mundo, cual autómatas, esperando pasar desapercibidos o perecer en el intento. Publicada por Duomo Ediciones.

El signo de los tiempos – Sakunosuke Oda

El signo de los Tiempos

La editorial También el caracol publicó El signo de los tiempos, que reúne 4 relatos. El que da título al libro, más «Bajo la sexta estrella de metal blanca», «Ciudad de árboles» y «Otoño profundo».

Kitchen – Banana Yoshimoto

Es la primera novela de la autora, Banana Yoshimoto, y una de las mejores, según la opinión de los lectores. Publicado en 1988 y traducido al castellano en 1991, el libro se divide en la novela Kitchen y el cuento “Moonlight Shadow”. Ambos retratan la pérdida de los seres queridos y la capacidad de los personajes de superar la tristeza a partir del amor, amor hacia otras personas o hacia los electrodomésticos. La relación que tenemos con los objetos inanimados puede ser una forma de trabajar nuestros duelos, funcionando como puentes entre lo que permanece en este plano y aquello que ya no existe entre nosotros. 

La canción del arrozal – Lafcadio Hearn

De madre griega y padre irlandés, Lafcadio Hearn (1850-1904) viajó a Japón en 1890 y se deslumbró a tal punto con su cultura que se hizo budista, se nacionalizó japonés, cambió su nombre al de Koizumi Yakumo y murió en Tokio.

La canción del arrozal es un compendio de ensayos suyos que hablan sobre animales e insectos en la poesía japonesa. Así, los capítulos se llama: Ranas, Cigarras, Libélulas, Mariposas, Luciérnagas, y el último y más asombroso, Insectos músicos. La edición viene con ilustraciones hermosas de @manu.s1m

«Me pasó el otro día en la costa de Suruga. Mientras descansaba debajo de los pinos que bordean la playa, algo en el calor vital y la paz luminosa de ese momento del día -una especie de rapto conmovedor de viento y luz- reavivaron de pronto una antigua creencia mía: la creencia de que todos los seres somos uno. Me sentí uno con la brisa y con el avance de las olas, con cada movimiento de sombras y cada destello del sol, con el azul del cielo y del mar, con el imponente silencio verde de la tierra. Me convencí, de un modo nuevo y maravilloso, de que no pudo haber nunca un principio, de que no podrá haber nunca un final».