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Sobre libros usados, leídos, escritos, vividos

por Alejandro Güerri

Aplicada a libros, la palabra “usados” tiene algo raro. Si bien es cierto que hay un uso que impacta en el objeto a partir del manoseo y el ir y venir (de la mochila o cartera a la mesa de luz, de la playa a la habitación), podrían sugerirse otras clases de adjetivos para acompañar a esa especie particular de libros cuya condición es que le hayan pertenecido previamente a alguien.

Por ejemplo, si los Libros usados se llamaran Libros leídos le harían justicia poética a esas marcas y subrayados que a veces traen donde se ve la huella de una lectura anterior, en general de una persona desconocida. O Libros escritos, tal vez. Lo usado tiene algo de trapo viejo, de cosa desechada, y en general la potencia del libro está menos en el “estado” del soporte que en el color de la escritura o la belleza de una historia que es siempre nueva para quien la empieza.

Otra variante sería llamarlos Libros personalizados cuando se da el hallazgo de comprar uno que viene con una dedicatoria o simplemente la firma y el año en que lo aquerenció su primer dueño. O Libros vividos, porque quien los leyó, suele recordar dónde y cuándo se entregó a esas páginas, incluso años después de haberlo hecho.

Hay varios libros leídos, escritos, personalizados, vividos en el catálogo de Pispear. En su mayoría forman parte de nuestras bibliotecas, también llegaron otros de amigos solidarios. Son los ladrillos que no están para seguir en la pared. Quieren emigrar a otras manos.

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