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Los miserables – Víctor Hugo

por Yamid Zuluaga de @contratapaspodcast

En literatura, al igual que en todas las formas de artes, hay obras que están llamadas a ser eternas, absolutas; que abarcan la humanidad entera en espacio y tiempo. Los miserables, de Víctor Hugo, cumple estos requisitos. Será porque con una profunda sensibilidad describe, con precisión, sentimientos colectivos como la angustia, el dolor, el amor o el prejuicio; circunstancias inacabables como la pobreza, el engaño, la persecución o la soberbia. Qué existencia no habrá recorrido estos turbios y oscuros caminos.

Así, Jean Valjean es un protagonista que idealiza una altura inigualable. Quién no quisiera sufrir de una manera tan impecable y justa su tragedia. Encerrado en la cárcel por robar pan para su familia, emerge en esta novela como el ejemplo vital de que elegir el camino recto es requisito para tener un corazón libre, una mente sin arrepentimientos. En medio del desastre, se alza como la metáfora del sacrificio divino.

“El culpable no es quien comete el pecado, sino el que causa la oscuridad.” Víctor Hugo

Por su parte, el inspector Javert es la representación de una justicia plena, pero inflexible como una barra de hierro. Una rectitud que no da lugar a la humanidad que muestran su imperfección y sus buenas intenciones. Su obsesión por atrapar a Jean lo convierte en un ser que no sabe dividir entre lo posible y lo justo, entre acciones justificadas y la maldad desmedida. Su imperativo es la ley, pero una ley que parece no tener inteligencia, terca y absurda a rajatabla.

Fantine es el idilio, la pureza, la fina seda en un mundo que sería horrible a no ser por la protección que le brinda Valjean, y en el que los dos ganan: ella evita la cruda realidad a la que estaba destinada y él esparce el amor que a nada pudo otorgarle en el pasado.

Y como si el gran valor narrativo y la exquisita clase magistral que sobre la naturaleza humana nos brinda Los miserables, también tiene la generosidad este escritor del siglo XIX de darnos un detallado paseo por París, una ciudad que todos hemos vivido, al menos culturalmente. Más de 1000 páginas de un libro que son todo.

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Epígrafes

por Alejandro Güerri

Los epígrafes son un puente entre el libro que estamos por leer y uno anterior. Ponen en evidencia alguna lectura que el/la autor/a relaciona con su texto y hacen foco en una zona de sentido como una linterna que alumbra un altillo. También puede primar el capricho o la fascinación con una frase. Hay escritorxs que abundan y ponen tres o cuatro al comienzo del libro y un par más cada vez que empieza un capítulo. Están quienes eligen uno contundente y a otra cosa. O quienes prefieren evitarlo y no dejar huellas de sus lecturas. Tal vez porque los epígrafes provocan un encuentro también se los llama citas o con ese otro nombre antipático que es acápite.

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Sobre libros usados, leídos, escritos, vividos

por Alejandro Güerri

Aplicada a libros, la palabra “usados” tiene algo raro. Si bien es cierto que hay un uso que impacta en el objeto a partir del manoseo y el ir y venir (de la mochila o cartera a la mesa de luz, de la playa a la habitación), podrían sugerirse otras clases de adjetivos para acompañar a esa especie particular de libros cuya condición es que le hayan pertenecido previamente a alguien.

Por ejemplo, si los Libros usados se llamaran Libros leídos le harían justicia poética a esas marcas y subrayados que a veces traen donde se ve la huella de una lectura anterior, en general de una persona desconocida. O Libros escritos, tal vez. Lo usado tiene algo de trapo viejo, de cosa desechada, y en general la potencia del libro está menos en el “estado” del soporte que en el color de la escritura o la belleza de una historia que es siempre nueva para quien la empieza.

Otra variante sería llamarlos Libros personalizados cuando se da el hallazgo de comprar uno que viene con una dedicatoria o simplemente la firma y el año en que lo aquerenció su primer dueño. O Libros vividos, porque quien los leyó, suele recordar dónde y cuándo se entregó a esas páginas, incluso años después de haberlo hecho.

Hay varios libros leídos, escritos, personalizados, vividos en el catálogo de Pispear. En su mayoría forman parte de nuestras bibliotecas, también llegaron otros de amigos solidarios. Son los ladrillos que no están para seguir en la pared. Quieren emigrar a otras manos.